miércoles, 28 de febrero de 2024

La casa de la Araña Venenosa


Ben-Jor salió de la sesión con el aspecto de alguien que acaba de recibir una noticia incómoda. E´sabía que en el fondo se pergeñaba aquel asunto. Sabía que el resultado iba a ser irremisiblemente aquel. Pero ¿qué podía hacer Ben-jor para solucionar su mal? Era algo que debería descubrir por sí mismo. 

La depresión era un síntoma más común de lo que pensaba. En Verdes Altas Tierras, era un mal general que se aceptaba como la Miopía o el Hipotiroidismo. Todo se resolvía con una pastillita. Existían variedad de pastillas de diversos colores que se conseguían por todos lados. Sin embargo, Ben-jor prefería una solución creativa: viajar a lugares recónditos, donde nadie lo conociera. Allí podría comenzar una vida nueva y los dolores de su pasado quedaría sepultados. 

Cuando partió rumbo al Sur, se dijo si no sería una tontería haber decidido el destino por un juego de azar. Tirar los dados podía solucionar a priori el problema de elegir, pero al final era lo mismo. Tenía que elegir. Las opciones eran una ilusión que pretendían mitigar luego un posible error en el futuro. ¿Pero acaso no eran suyas sus propias opciones? Al final, todo daba lo mismo. El azar hizo el trabajo sucio. El destino: Mirabell, una antigua ciudad-palacio verdiazulada, donde otrora una reina había burlado las leyes del destino para vencer a la muerte. Sin embargo, la vil picadura de una pequeñísima araña, había puesto fin a su delirante proyecto de inmortalidad. Desde entonces la ciudad estaba abandonada y no parecía haber mucho porvenir por allí. Pero Ben-jor, sin nada que perder y presto a seguir el desatino de su propio destino fué en busca de su propia aventura en pos de vencer el mal familiar de la depresión hereditaria. 

El viaje fue arduo, áspero y complicado. Tormentas, caídas, baches y desatinos. Maleantes y usureros del camino salían a su paso en cada momento. Sin embargo, Ben Jor se mantuvo en sus siete y fue directo a buscar el último premio. Cuando finalmente llegó a la ciudad perdida de Mirabell, descubrió con gran asombro que todo posible destino podía forjarse a su llegada. Sus grandes botas amarillas golpeaban con gran estrépito en los sonoros pasillos de mármol verdeazulados de Palacio. El eco era atronador, a tal punto que asustó a un aver enorme que salió del algún refugio escondido en los altos techos. Graznando con enfado y parsimonioso desdén. Ben Jor siguió y siguió avanzando para descubrir que dentro del palacio-ciudad el cielo se volvía a abrir y un pequeño poblado de campesinos vivía con naturalidad su vida provincial, tenderos, vendedores, panaderos, comerciantes de todo tipo iban y venían en el interior de     Mirabell. Todos eran bastante bajitos y vestían prendas que no se usaban desde hacía cuatro siglos por lo menos. Pero eso a Ben Jor no le importó, él nunca había sido un seguidor férreo de las modas circundantes. Decidió consulttarle a un hombresito que caminaba llevando unos grandes velones acerca del lugar. 

Hola hombresito, me llamno Ben Jor y soy un forastero aquí. Quisiera cruzar una palabras con el regente del lugar y así poder posutalrme a grandes labores.

El hombresito se quedó mirando a ese enorme sujeto vestido de extrañas ropas y pensando como explicarse. 

En realidad nadie rige aquí. Somos una comunidad organizada, se rige el pueblo, todos nos rendimos y vendemos a nosotros y no necesitamos del afuera. 

Ben Jor pensó que el hombresito se la había puesto difícil, pero no se iba a dejar amedrentar así como así. Había venido de muy lejos como para pincharse a la primer negativa. Aunque le tentara hacerlo...

Muy bien hombresito, no sé tu nombre pero...

Josafat.

Muy bien Josafat, yo soy Ben Jor y allá en VAT soy un gran...

¿VAT?

Verdes Altas Tierras... bien, allá, en la gran ciudad soy un conocido bibliotecario y prestidigitador. He trabajado con las librerías más imponentes y fantásticas  y hasta el Gran Emperador ha elogiado un libro que le recomendé por correspondencia... Si usted me mostrara un lugar con libros yo podría enriquecer su alma haciendoles crecer de todas las maneras posibles y Mirabell podría volver a ser famoso, no como una ciudad maldita, sino como un nuevo reino. ¿Que dices?

Josafat se quedó mirandolo incrédulo. Ben Jor le parecía un farsante y sabía bien que hacer con tipos así. 

Aquí tenemos la biblioteca de Labia, está frente al antiguo Colegio. Allí quizás puedas ayudar a su dueño para conseguir un poco de tu estatus perdido... y ahora disculpame, tengo cosas importantes que hacer.

Y sin más, el pequeño Josafat se fué caminando sacando pecho, como si el mundo le debiera. Ben Jor pensó en seguirlo y pedirle más especificaciones pero no hizo falta. De solo mirar en su dirección se encontró con la austera fachada del Gran Colegio de Mirabell y justo enfrente, en una esquina de màrmol verdiazulada (como todo) un extraño lugar que se llamaba La guarida de Labia. Ben Jor sintió estremecerse el corazón ante tal maquiavélico lugar. Al entrar notó el aire viciado de libro viejo, la humedad, la cantidad de libros como de telarañas. Aunque nada era tan desolador como la propia oscuridad. Allí adentro, aunque afuera hubiera un Sol que raja la tierra, la luz se perdía y no avanzaba más de un metro. Luego oscuridad y más oscuridad... Ben Jor tuvo un mal presentimiento porque eso parecía una trampa mortal. Pero no se amilanó porque recordó que venía de una mala situación, triste y sin trabajo, no podía ser quisquilloso, aquel era su lugar. Caminó unos pasos hasta que en el centro del local vio un escritorio muy desordenado y lleno de libros. Un sillón giratorio se volteó y apareció Vingor Labia, un famoso bibliotecario que se decía era de los tiempos del antiguo reino de Mirabell. Ni él recordaba la edad que tenía pero se mostraba risueño y jovial. Ben Jor se presentó de la misma forma aparatosa que había hecho con el diminuto Josafat y mientras Ben Jor desplagaba su mejor arte de alardear, Vingor Labia sonreía. Cuando Be Jor finalmente se calló, Vingor tomó la batuta y comenzó a parlamentar de una forma como nunca antes Ben Jor había visto. Lo de Vingor era puras patadas, brazos, moviminetos espasticos, gritos, voces y risas. Todo un subibaja de emociones desbordadas y para qué... Para contarle la historia del lugar, de la importancia de los libros, del capital y la herencia cultural que los Mirabellianos habían perdido, ocupados en sus pueriles ocupaciones. El aspecto jovial y el estilo teatral de Vindor captaron la atención de Ben Jor que no sólo se sintió bien recibido sino hasta necesitado. Cerraron trato ahí nomás y Vindor dijo una frase que Ben Jor no prestó demasiada atención: Bienvenido y ojalá te quedes por muchos años. 

Al principio, Ben Jor fue exprimido al máximo en trabajo físico y laboral. Los horarios eran los peores ya que los otros empleados de Vindor tenían más antiguedad y mala la paga. Ben Jor notó que muchos de los que trabajaban ahí eran mucho más grandes que él. Todos estaban resentidos con Vindor pero nadie decía por qué o se iba. Simplemente se quedaban, trabajando en piloto automático, odiando sus vidas. Cada vez más deteriorados, más cansados. Ben Jor entendía esto y sabía que era todo bastante desolador, pero confiaba en su suerte y creía que algo lo sacaría de ahí pronto. Pero estaba equivocado, con el transcurrir de los meses Ben Jor se dió cuenta que estaba atrapado en la Guaridad de Labia. Vindor hacía siempre los mismos chistes, contaba las mismas historias y todo se repetía día a día de una manera desesperante. Ben Jor pensó muchas veces en renunciar pero sabía que si se iba podría terminar siendo un mendigo. Los años habían pasado para él como para todo el mundo, y no sentía que tuviera mucha perspectiva de poder cambiar su destino. Así los meses se convirtieron en años y Ben Jor sentía que se había convertido en uno más de los que allí trabajaban, rodeados de libros viejos y de oscuridad. Cada día más gastado, más vencido y viejo. Sin embargo, Vindor parecía cada día más jovial y enorme. Volvía a contarles chistes y anécdotas y Ben Jor creía verle las decenas de ojos, varios brazos negros y peludos, una cola enorme y negra. Vindor era como una gran araña y ellos, atrapados ahí eran como mosquitas, a las que Vindor les iba chupando la energía todos los días. Ben Jor se dió cuenta tarde de todo esto, porque ya no creía poder salir de ahí. Quiso advertirle a sus compañeros pero ya no podía verlos de igual manera. Ellos ya eran parte del fuselaje del lugar y en cambio Vindor se fortalecía cada vez más. Ben Jor pensó en suicidarse pero Vindor lo tenía tan atrapado que ni siquiera podía moverse de su silla. La depresión de Ben Jor se había disparado tanto que ya no tenía voluntad para enfrentarse con nadie o tomar una decisión radical. Había llegado allí en busca de conocimiento y para expandir su experiencia y había quedado atrapado por su propia vanidad. Sin embargo, se aferró a una idea, un dicho... La venganza es un plato que se sirve frío. 

Continuará...

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