martes, 13 de febrero de 2024

Don Pedro, míster Garay y Lord Lezama


Hace casi quinientos años, el avanzado Don Pedro de Mendoza, puso su frágil esquife (La Magdalena) rumbo al sudoeste. Luego de larga travesía a través del gran mar, desembarcó en una zona que consideró idónea. Quizás porque el mar había cambiado de color, quizás por la temperatura o la vegetación. La cuestión es que finalmente se asentó donde consideró que el clima era amable, límpidos los vientos y dulces las aguas. 

En nombre del Rey de España Carlos V, tomó posesión de un pequeño terruño llano al que llamó Santa María del Buenayre. Así, i con y griega, como escribían en la España de la baja Edad Media. Se levantó un fuerte como acostumbraban los Romanos. Madera, cal y aceite. En los alrededores se escuchaba el grito aislado de un animal no identificado pero que sonaba a un ave y, con parsimoniosa constancia, el berrido de un grillo eterno. 

De a poco comenzaron a aparecer los locales, hombres semidesnudos de temibles miradas y una ausencia imperdonable de almas. Las conversaciones fueron breves ya que pronto Don Pedro dió muestras de su malhabida intención conquistadora y esclavizante. Los españoles eran pocos, llevaban las de perder y en breve lapso quedó claro que estaban rodeados. Aislados del resto del mundo por unos salvajes insensibles de mal humor. ¿Para que habían atravesado todo el Oceano? ¿Para esto?

En breve los españoles cayeron presa de su propia demencia. El aislamiento fue letal y no quedaron dudas de que los locales llevaban la ventaja... por el momento. Ante miseria, peleas, matanzas e incipiente antropofagia, Don Pedro se aseguró su salida de aquella tierra maldita. Dejando a su cuñado Don Miguel de Àvila a cargo de la incipiente ciudadela del Buenayre, Don Pedro cojió sus petates y mandó todo a paseo. Pero la muerte lo esperaba pocos pasos delante en el mar, rumbo a su añorado hogar.

Casi cincuenta años después, cuando uya habían fundado otras ciudades clave en gran parte del territorio Americano, los españoles volvieron a las mismas coordenadas que sus antecesores medio siglo atrás. Fundaron con mayor ímpetu y productividad, un emplazamiento con toda pompa y circunstancia. Esta vez, don Juan de Garay, no dejaría cabo sin atar. Los hostiles del lugar fueron rápidamente controlados y en breve serían prácticamente aniquilados. Los representantes de Felipe II no dejarían correr la misma suerte que los olvidados avanzados. Y ante la destrucción anterior, los indios serían tratados con el peor rigor.

Pero cuando la nueva Buenos Ayres fue construída y ya estaba todo controlado, Don Juan mandó una expedición por los alrededores para buscar la otra fundación, la primera. Don Carlos de Lezama, junto con don Pedro Telmo de Quesada, fueron los que luego de un exaustivo sondeo, dieron con las ruinas de la antigua fortaleza Santa María del Buenayre. Sólo troncos podridos, barro y excrementos encontraron en primer lugar. Pero en una expedición postrera más a fondo, encontraron los viejos cascos de sus compatriotas, algunas viejas insignias de su Majestad Carlos V, y copas, platos y vajilla.

Aunque era claro que los indios habían destruído el fuerte, probablemente matado a todos los que allí quedaban, e incendiado las pocas ruinas magras en pie, tanto Lezama como Telmo no encontraron ni un solo hueso. Alguno que otro de animales como cerdos y codornices, o roedores de la zona pero poco más. No había ni un rastro de los cuerpos de los antiguos conquistadores del rey anterior. Esto se convirtió en una intriga que Don Lezama intentó en vano resolver. Los pocos indios vivos que quedaban no habían vivido en aquellos tiempos y no quedaban ancianos vivos para resolver el misterio.

Garay dió por finalizado el tema ya que consideraba que aquel oscuro asunto no era clave en ese momento. Lezama protestó porque consideraba que era algo que se debía responder para la posteridad. Pero Garay se sentía menos grandilocuente que su súbdito. Enfatizó que tenían una ciudad que construir por delante y que desesnterrar los despojos de su antecesor era lo que menos importaba. Para que Lezama dejara de reclamar le ofreció a cambio los terrenos donde aquella antigua fundación había existido por tan pocos años. 

Con el tiempo, Lezama convirtió ese terreno áspero y húmedo en una gran finca arbolada, de pasto seco y bien cortado. Su casa se erigió a pocos metros de los pocos restos de la vieja fundación. Lezama no cejó en su empeño por develar que fué lo que había pasado con el contingente de españoles que Mendoza había dejado. Mucho historiadores, ante la falta de información y datos concretos, concluyeron que los pobladores o A) Habían muerto de hambre y sus restos fueron devorados por la fauna local o B) Fueron atacados por los hostiles de la zona, que limpiaron todo y se llevaron los pocos cadáveres que quedaban para devorarlos en maquiavélico festín. Punto. 

Los años pasaron y la finca de don Lezama o "Lord" Lezama, se convirtió en un Parque abierto al publico. Su casa, convertida en museo histórico nacional. El fuerte de Garay sería destruído y convertido y reconvertido reiteradas veces en una casa de gobierno de color rosa. La plaza del pueblo, en una plaza común con una extraña pirámide blanca en el centro. El fuerte de Mendoza, hundido infamemente en el barro de la historia nunca sería rescatado ni se develaría ya nunca más sus oscuros misterios...

 

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