miércoles, 18 de mayo de 2022

Me cansé de ser callado y estoy harto de hablar

Me cansé de ser callado y estoy harto de hablar. 

Me cansé de ser díscolo, y aprendí a merendar. 

Me cansé de ser rubio y dejé mi a mi pelo empetrolar. 

Me cansé de ser sexy y que no me dirijas ni la hora. 

Me cansé de envejecer mientras intento en vano perpuetuar un poco mi otrora magnetismo juvenil.

También:

Me cansé de ser aburrido y empecé a gritar. A gritar fuerte, a los oídos de las personas. Verdades que no son tales. Verdades que mienten. Mentiras verdaderas. Schwarzennegger y Francela. 

Ahora recuerdo como apreté el botón del inodoro y no salí disparado por el lavamanos. 

He contemplado seriamente la opción del suicidio pero tengo hurticaria a los anabólicos.

He pensado que lindo seria llevarnos a ambos a Francia y cantar alé alé o alguna frase estúpida en francés. 

Me convertí en cambio, en el censista de mi pueblo. El gran censador. Que en vez de jugar con un planeta inflado como Chaplin, yo hago malavares con mi lapiz, mi goma y mi papel censador. Que no el lo mismo que ser un censurador o censorship del pensamiento. Eso lo dejo para los que nacieron con el corazón ortiva, o el alma cobani. 

Hoy puedo decir que 48 ciudadanos argentinos han sido censados bajo mi éjida y la fina punta de mi pequeño lápiz. 

Las viejas de Caballito se rieron de mí, pero yo con ellas hice mera estadística. Para mí son unas más del montón. 

Planeo solo por el pasillo del convento de Humahuaca. Pienso que no logré vivir en la ciudad del norte, pero sí conseguir morder su calle en CABA. 

Es un triste consuelo. Es un premio consuelo. Es mi alma de abuelo. Es mi sucio pañuelo. 

Sufro, bajo, harto, morfo, cago, pienso, luego existo. 

Ahora y siempre, por los siglos de los siglos: Todavía le temo a Dios. 

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