viernes, 20 de diciembre de 2024

Un corazón roto no es delator

En los días siguientes a mi regreso del campamento de Ezeiza anduve muy perturbado por el asunto de Rosarito, entonces decidí reconquistar a la joven muchacha. En una de las caminatas por avenida Saenz con mis padres, entré a un kiosco y pedí que me compraran una caja de bombones. Mis padres sabían todo el asunto de mi noviecita y no pusieron mayores trabas al asunto. Sin dar mucha más opinión accedieron y contento volví a mi casa con el obsequio en mano. La caja tenía la forma de un corazón rosa y era la cosa más cursi y romántica que había comprado en mi vida (hasta ese momento) para una chica. 

Apenas podía dormir por las noches, pensando y pensando en como dárselo, y sobre todo, qué decirle. Pensé que otro se lo diera, pero no podía ser tan cagón. Mientras miraba un capítulo de Los caballeros del zodíaco donde Seiya se la pasa cuchicheando son Saori en un tono de melodrama japonés pensé que no podía ser así. Apenas pude tomar coraje, volví a Catalinas sur y fuí con la caja a tocar el timbre en la casa de Rosarito. Me atendió su hermano menor que, sin que se lo pidiera bajó y me saludó. Nos caíamos bastante bien y él sintió que tenía que decirme algo que yo ya sabía. Rosarito había salido a pasear con Nicolás apenas un rato antes. Mi corazón se estrujó de una manera que nunca había sentido. Me fuí caminando desconsolado a la Plaza Malvinas y allí los ví, en las hamacas, charlando como dos tórtolos enamorados. Mis lágrimas comenzaron a caer sin que pudiera evitarlo y el pecho me apretaba de una forma desagradable. Me fuí rápido de ahí antes que me vieran y en el primer tacho de basura que encontré dejé como si fuera un correo la dichosa caja de bombones con forma de corazón. Sí, corazón, como la bendita canción de Los autenticos decadentes que Rosarito me cantaba mirándome en el campamento de Cañuelas. Cuando llegué a casa me encerré en mi pieza a llorar desconsoladamente mientras mis padres preparaban la cena y charlaban de sus cosas y mi hermano miraba la tele, esperando que se me quite lo loco para poder volver a su cuarto también. Después de llorar un rato de forma intensa me quedé dormido y no recuerdo si esa noche cené. Era la primera vez que me rompían el corazón. No sería la última claro, pero como dice la canción del bueno de Cat Stevens... the first cut is the deepest... y ohhh si, claro que lo es.

Me llevó un tiempito superar ese dolor, porque siempre tuve cierta predisposición a maximizar mi sufrimiento interno. Algunos me dicen intenso, o que es mi luna en escorpio. Who knows? Las cosas son así, tengo el teléfono del freak, que está deseoso de volarte la cabeza... cantaba Fito en Cable a tierra. Pero que podía hacer, un pre adolescente, en séptimo grado para superar aquello. Bueno, la vida continúa, siempre... Así es como un día, yendo al colegio, iba leyendo un cuento que me había pasado mi madre: El almohadón de plumas, de un tal Horacio Quiroga. El nivel de perturbación que me generó me sacó de eje completamente. Después de eso quise leer Siddhartha de Hermann Hesse y empecé pero a las pocas páginas lo abandoné. No era el momento para mí y lo retomaría seis o siete años después. En los Scouts tuve que hacer de tripa corazón y bancarme ver a Rosarito con Nico frente a mis narices. Pero aún así, ni siquiera eso me hizo dejar el grupo Scout. Comencé a aceptarlo pensando que en definitiva, primero salía con él, y era yo quien me había interpuesto en primera instancia. En todo caso, todo volvía a como estaba antes. La "relación" me había sacado de mi eje y ahora volvía a mi estado natural, solo y tranquilo. 

Para octubre volvimos a un camping en Ezeiza y yo ya estaba bien otra vez. Había dejado de comerme la cabeza por Rosarito y me había propuesto renacer de mis cenizas. Volví al redil del Scoutismo e hice todo lo posible por recuperar mi honor perdido en el campamento anterior. Había estado a prueba unos meses para ver como me portaba y como había dado muestras de cooperación y buen comportamiento, me dieron la oportunidad de tomar la Promesa nuevamente. Para cuando esto pasó, un poco antes del campamento, me había comprometido de una manera total. Me ofrecía de monaguillo cada vez que podía en las misas de los sábados a las siete de la tarde. Hasta el capellán estaba harto de verme siempre al lado del cura haciendo sonar la bendita campanita en el momento de mayor importancia. Tomad y comed todos de él, porque este es mi cuerpo... y la sangre de la nueva alianza que... bueno, no recuerdo todo lo que decía el hombre, pero después de sus parlamentos, yo movía las campanillas. Era algo que me hacía bastante feliz, sin saber bien por qué. Cuando tomé la Promesa (junto con otros chicos) la noche anterior hicimos un acantonamiento en el grupo porque teníamos que hacer la Velada de armas. Un ritual de los tiempos de la Caballería que consistía en pasar la noche en vela, cuidando nuestras armas, que en nuestro caso eran los banderines y escudos de la tropa. Pensando en las máximas y en las leyes y lemas Scouts. Recordando que estamos Siempre Listos! En verdad, todo aquel asunto me encantaba. Ma hacía flashear que estaba en la edad media y que me iban a ordenar caballero. Para colmo, hicieron la ceremonia dentro de la iglesia, lo cual le daba a todo el asunto un aire aún mayor de solemnidad absoluta. 

Para cuando volvimos al camping de Ezeiza estaba completamente renovado, por dentro y por fuera. Ahora ya era un boy Scout completo, con uniforme y pañuelo, más alguna que otra insignia. Ese compromiso que tomé en ese lejano año de 1996 me lo tomaría en serio por varios años más, renovando mi interés y compromiso con la Unión Scout Católica Argentina. En verdad, me hizo muy bien tomarme en serio todo eso, porque aprendí que con el compromiso uno madura y mejora como persona. De aquel segundo campamento en Ezeiza recuerdo pocos detalles aunque ya me sentía mucho más centrado y cómodo con mis compañeros Scouts. Gabriel, mi compañero de colegio que había invitado, ya era de la partida y de alguna manera me sentía más acompañado. Aunque recuerdo que en aquel campamento, un chico más grande y peleador le hizo la vida imposible. Recuerdo una pelea en la carpa donde se agarraron a tortazo limpio y el resto nos quedamos petrificados ante tanta violencia. Nadie podía pararlos porque Gabriel era el nuevo pero grandote y fuerte y el otro, Pato, era un bravo total uno o dos años más grande que yo. Al final Pato sometió a Gabo y cuando mi amigo dejó de resistirse lo soltó. Era un poco como me había pasado con Pablo Rancho en los Lobatos. Hay uno que te quiere marcar la cancha, decirte que él es el que manda ahí. Cuando te sometés te dejan tranquilo. Durante toda mi infancia atiné a eso, sobre todo cuando veía que el otro era más fuerte. Era una cuestión de inteligencia y supervivencia. 

Al mes siguiente, me fuí de viaje de egresados a Córdoba con mis compañeritos de colegio. Es una historia que quizás cuente en otra ocasión, pero la cuestión es que en el viaje de regreso, una chica del turno tarde se sentó al lado mío y chapamos (esta vez sí con lengua). Me sentí un ganador, pero claro, era algo del momento. Nada que se fuera a extender más allá de aquel viaje. Cuando volvimos del viaje yo me había subido al llobaca y luego andaba piropeando a cuanta compañera de grado me cruzara. No sé que me había comido, pero notaba que cuanto más canchero uno era, más les gustaba a las chicas. Empecé a tener levante de un día para el otro, pero el año ya terminaba y no me había dado tiempo para mucho más. En uno de esos días me crucé con Barbarita y me dijo que se había peleado con Nico. Ahh, que pena le dije. Vos estás con alguien? Me lo pensé, y le respondí lo más estúpido. Si, ando con varias... luego la dejé ahí parada, mirando la nada y me sentí vengado. Había hecho justicia por mi ego malherido. En realidad no, me sentí un idiota. Rosarito ocupaba un lugar privilegiado en mi corazón. Después, de la entrega de diplomas, ese alter ego ganador se esfumó y volví a ser el mismo muchachito tímido e inseguro de siempre. Tendría destellos o momentos de lucidez esporádicos, pero mantener ese Tyler Durden me costaba mucho esfuerzo y cansado de estar en el banco de suplentes, saldría cada vez menos. 

domingo, 15 de diciembre de 2024

Fuera del cielo




Una vez expulsados del paraíso, comenzó una nueva etapa para mi familia. Ya nada quedaba cerca, todo era lejos. Iniciaba así mi derrotero en transporte público por la ciudad de Buenos Aires. El boleto estudiantil estaba 0,25 centavos o 5 centavos, no recuerdo pero era muy barato. El boleto de adulto creo que era un peso cincuenta y la diferencia parecía abismal. Al margen de estos detalles de época, recuerdo que entre sexto y séptimo grado comencé a ir a los bailes del colegio. Cuando viviía en Catalinas era de lo más simple porque mi edificio estaba al lado. Ya mudados a Pompeya la cosa se complicaba un poco más. Sinceramente no recuerdo como me las apañé para volver de esos bailes. Si me quedé a dormir en lo de algún compañero o qué, no lo recuerdo. Si sé que Gabo solía invitarnos a piyamadas en su departamento de la calle Azopardo del complejo Fonavi. Quizás así fué pero no lo recuerdo y tampoco importa tanto. Lo que sí recuerdo es que en esos bailes que eran en el salón de actos de la escuela pasaban una música muy de la época. Por ejemplo What is love, The ryhtm of the night y una sampleo de la trompeta de Maceo Parker haciendo Soul power que nunca pude volver a descubrir. En fín, amén de todos los temas de cumbia, Ricky Martin, Luis Miguel y todo lo que sonaba por estos lares a mediados de los noventas. 

En uno de estos bailes de colegio me encontré con Rosarito, una chica que iba a los Scouts ya que venía en crescendo la presencia femenina en el grupo. La versión rosa de los Lobatos eran las Chispitas y en el caso de los Scouts serían las Girl Scouts, pero como no sonaba bien eran las Exploradoras. Una de las chicas de más personalidad era ella, Rosarito, una morochita de rulos que tenía un año menos que yo (que parecía un montón en esa época). Iba al mismo colegio pero al turno tarde y era leonina como yo, o sea que iba muy al frente. Nos cruzamos en los pasillos y en la pista de baile un par de veces. Miradas cruzadas que pin que pan... Ella salía con otro chico de los Scouts, Nico, que era más grande áun que yo, uno o dos años más. Pero esa noche no había ido y yo sentía un poco de culpa pero también sentí que no podía dejar pasar la oportunidad. Rosarito me gustaba, porque era muy distinta a mí, porque era arrojada y le gustaba gustar. Bailamos y nos dimos algunos piquitos. Muy besucones los dos. Al final del bailongo quedamos en algo, en hablarnos por teléfono o algo así. Esa noche me fuí a dormir con una nueva sensación, algo que no había sentido nunca. Estar enganchado con una chica. 

Cuando nos volvimos a cruzar en el grupo Scout tuvimos que pilotear aquello porque no queríamos que todos se enteraran. Pero fué inútil, todo era como una gran familia o una casa de gitanos. Imposible guardar secretos ahí. Creo que con ese romance me gané nuevos enemigos en los Scouts, pero a mí no me importaba mucho. Nico no fué uno de ellos justamente. Cuando se enteró que Rosarito se había ido conmigo apenas me reprendió y luego me dejó tranquilo. Al menos por un tiempo... Ese tiempo que me dejó no lo supe aprovechar, porque no sabía que hacer con Rosarito. Nunca había estado con una chica y me ponía nervioso ese asunto de tener noviecita. Al principio, por entusiasmo mutuo, la cosa más o menos fluyó. A veces nos veíamos en la semana por el barrio, íbamos a la casa de un amigo mío del colegio y chapabamos (sin lengua). Todo era intenso pero no sabía que hablar con ella, me costaba fluir en todo ese asunto. Después vino un campamento en Cañuelas, en la casa del pelado Emilio, pero esta vez con chicas también. Todos fuimos en tren, recuerdo que combinamos con otro tren aún más viejo que nos dejó en una estación que parecía sacada de una película de vaqueros. Puro far west. En ese campamento noviamos, de una manera distante, más como dos chicos que se gustan que como novios. Ella a veces se alejaba y yo me ponía mal. A veces se acercaba, como cuando una noche estábamos reunidos alrededor del fuego escuchando la radio y sonó la canción Corazón de Los autenticos decadentes. Ella la cantaba mirandome y yo me perseguía sintiéndome mal porque no sabía que significaba todo eso. O sea, me sentía enamorado pero no necesariamente feliz ya que todo eso me hacía sufrir de alguna manera. Eran cosas de chicos preadolescentes pero en su momento parecía terrible. A la vuelta nos fuímos acercando más. Había llevado unas galletitas Nutrigram envase rojo, que traían pasas de uva. Yo ofrecía al son de que eran crocantitas y nutritivas a lo que todos reían. Parece que fuí simpático. Rosarito también se acercó y volvimos sentados juntos dandonos besitos. Los dirigentes no sabían que carajo hacer con toda esa situación nueva. Pero no duraría mucho más. 

Quizás todo duró un mes, o dos, no lo puedo recordarlo, pero en ese momento para mí fue un montón. Sobre todo por la agonía que me generaba este vínculo. No sé bien por qué, pero así fué. Para mediados de junio llegó el campamento de aniversario del grupo. Al primero que fuí fue el de Lobos 94, González Catan 95 y ahora este en Ezeiza 96. Allí todo terminó por irse al garete. Allí yo tenía que tomar la promesa, la Scout y esa si que te quedaba para el resto de las ramas. Había todo un runrun con respecto a eso y éramos dos o tres que teníamos que tomar la promera (cuando te dan el pañuelo con los colores de tu grupo). El predio era en el club de SEC, el Sindicato de Empleados de Comercio (¿ironía del destino?). Allí estuvimos desde el primer día preparándonos para el evento que sería el último día. El primer día de camping nos enteramos que estaba Maradona en el predio de al lado, entrenando con Boca. Todos fuímos corriendo, cruzamos una cerca y un alambrado e invadimos el área de entrenamiento. Todos fuímos a pedir autógrafos a los jugadores, pero a mí sólo me interesaba el Diego. También estaban la Brujita Verón y otros pero como yo era hincha de San Lorenzo sólo le pedí al Diez. El Diego estaba ahí medio roto las bolas, de mal humor, diciendonos que nos calmaramos. Estaba en una mala mañana digamos, pero ahí estuve, frente a él unos minutos. Me firmó el famoso Diego (10) en un papelito medio chiquito y rotoso que tenía. Me lo guardé en el bolsillo y rápidamente nos rajaron a todos de ahí. Volvimos al Club de SEC y a nuestras actividades de grupo.  

Esa noche me tocó hacer guardia con dos o tres chicos más. ¿Tenía sentido esto de hacer guardia? Sinceramente no lo sé, pero de a grupitos nos íbamos turnando, una hora cada grupo y salíamos a patrullar por el lugar. Pésima idea. Yirando por aquel predio en medio de la noche llegamos a un lugar que parecía como una casucha de esas de energía eléctrica. Las ventanas estaban tapiadas con lonjas de telgopor grueso. Unos de los chicos flasheó Van Damme y se puso a golpear aquellos telgopores. El resto, imitando al otro fuimos a hacer exactamente lo mismo. Como sin pensar. Romper cosas es algo que, sobre todo de chico, da un placer que no se puede explicar. Estábamos como idiotizados, rompiendo por romper. Rápido vino un dirigente de otra rama y nos agarró infraganti en pleno delito. Se armó un enorme escandalo. Los implicados eramos cuatro o cinco, pero creo que el único que estaba por tomar la promesa era yo. El resto eran todos nuevitos, por ende recuerdo que todo el peso de la represalia cayó sobre mí. Quizás había otro más que sufrió la misma suerte pero no lo recuerdo. Nos enteramos que aquella era la casa del vigilante del lugar, del casero del club. Esas ventanas de telgopor las había puesto para protegerse del frío del rudo invierno. Yo me sentí para el culo con todo eso. El resto de aquel fin de semana me la pasé boyando solo por aquel predio. Casi nadie se acercaba a mí, estaba como marcado por la verguenza y el deshonor. Me fuí a sentar a una parte de un bosquecito y en un ataque de enojo saqué todo lo que tenía en mis bolsillos y lo arrojé cuesta abajo. Entre billetes de dos pesos, pelusa, la firma de Maradona y algún papelito más. Todos se perdió. Lloré desconsolado. Mientras los demás seguían sus actividades normalmente yo subí a un puentecito que había allí y los miraba de lejos. Ví como Rosario se hablaba con otros chicos, y Nicolás recuperaba terreno. Y sí, que podía esperar? Había descuidado esa relación, tenía la cabeza en cualquiera y no pude más que llorar mi desgracia. Aquel fué uno de los peores momentos que viví en el grupo Scout. Un momento de caída absoluta. En una especie de tribunal Scout, los dirigentes nos pusieron a dialogar entre nosotros. ¿Que se debía hacer con nosotros? Que castigo nos cabía? El gordo Dinelli dijo que éramos una verguenza y que habíamos manchado el honor de todos ellos. Por dentro tenía ganas de matarlo a ese imbécil, pero por otro lado me sentía súper culpable. La mayoría no opinaron porque hicimos una gamberrada que cualquiera podría haber hecho en nuestro lugar. Yo me sumé sin pensar y ahora pagaba los platos rotos. Era todo tan grave? Ahora pienso que no era para tanto, pero en ese momento me sentía en una corte marcial y no se sentía nada lindo aquello. Algo así como una caza de brujas, algo medio inquisitorio. Uno de los dirigentes, no recuerdo cual porque creo que Ariel y Emilio habían pasado a comandar el grupo y teníamos otros dirigentes nuevos, quizás ya estaba el Pollo, un sujeto que nunca me cayó bien, nos preguntó ¿que castigo considerábamos que merecíamos? Yo dije que no merecía la promesa. Puede ser respondió. En breve me comunicaron la decisión de que no tomara la promesa. Estaría a prueba un tiempo para ver si no me echaban y si me portaba bien, ya tendría la oportunidad de volver a tomarla. 

Una vez volví a mi casa me di cuenta que lo hacía sin Rosarito, sin Promesa y sin firma del Diego. Si, volvía con un feo sentimiento de deshonor que pocas veces en mi vida sentí. 

(Continuará)   

jueves, 12 de diciembre de 2024

Exploradores a la fuerza

 

Promediando 1995 dos cosas me aquejaban: Que Menem ganaba la sheelección, y mi primer noviecita, una tal Luli. Del Carlo mejor no hablar más, y a Luli la conocí en un cumpleaños de un amigo de un amigo. Era por ahí, en alguna parte de La Boca. Fuímos con camisa y perfume Pibes a full... En medio del bailongo saco a Luli y sin hablar mucho nos dimos unos picos. Mucho más no sabíamos que hacer... Le pedí el teléfono pero cuando la llamé me dijo que no podía. Me olvidé de ella. Yo estaba en sexto grado y, no sé por qué, me sentía re grande. Claro que no lo era, pero en ese momento uno se creía mil. Debe ser algo de la edad... en fin. Cuestión que nos volvimos a cruzar por el barrio y ella con una amiga se me acercó. Pero yo estaba con mis amigos asi que me hice el langa, onda... fuiste pibita. Debe haber sido la primera y última vez que mandé a freir churros a una chica. Soy tan caballero que, por lo general, le dejo ese honor a ellas. No sé bien por qué lo hice. Una mezcla de venganza y de que no me parecía tan importante. Creo que a ella tampoco pero bueno... ahí estábamos, nos habíamos dado nuestros primeros besos. 

En el grupo, ahora con los Scouts, la cosa se ponía mas seria. Habíamos estado aprendiendo mucho nudos complejos y armados de carpa arriba de palos y troncos atados. Nunca pensé que algo de lo que me podían enseñar me fuera a servir en algún momento de mi vida, pero ya estábamos ahí asi que le metía. Sin embargo, en los Lobatos era seisenero de la Roja, acá era un mero patrullero de los Lobos. Esa bajada de rango de alguna manera me desmotivaba un poco. Bueno, siempre me desmotivó que me bajen de rango, porque si bien se que a veces caigo en cierta parsimonia de tranquilidad o poco actividad, son los desafíos los que activan mi interés. Ponerme como un peón más me quita las gana de todo. En fin, cosas que pasan... Nuestros dirigentes eran dos chabones bastante copados. Uno llamado Ariel y el otro Emilio. Ariel era un muchacho joven, de pelo largo, medio langa y con un aire a Manuel Wirtz. El otro, Emilio, era un tipo más grande, pelado, con cara de bonachón, tocaba mucho la guitarra y era el prototipo del buen Scout. Podía ser un poco espeso en algunos temas, un poco hinchapelotas, pero era buen tipo. Ambos, Ariel y Emilio. 

Esa segunda mitad de 1995 nos fuimos de campamento a Cañuelas, lugar donde Emilio se había afincado con su mujer (también Scout). Tenían un pequeño bebote a cuestas que no tardaría en sumarse a las filas de los Scouts en los años venideros. De ese campamento en Cañuelas solo recuerdo que fuimos en los autos de estos dirigentes. Los caminos aledaños en Cañuelas eran todos de tierra y la casa estaba en medio del campo, literal. Hicimos juegos, hubo peleas y todo lo demás como siempre. Si recuerdo que había una especie de pelitón o tanque Australiano que estaba completamente rodeado de abejas. Yo era (y sigo siendo) muy cagón de todos los bichos que pican, así que les huía como a la peste. Me comí alguna que otra bardeada pero poco me importaba. Hasta ese campamento éramos todos muchachos y no girls allowed

Cuando volvimos a La Boca (porque siempre era volver a La Boca, no a Capital) estábamos todos un poco más unidos. Mi compañero Gabi o Gaviota se había hecho de la partida y no pasaría mucho para que algunos chicos malosos lo tomaran de punto. El tema con Gabi es que era grandote pero parecía y tenía voz de nenito chiquito. A veces parecía un bebé cuando hablaba y esto, lejos de generar simpatía generaba rechazo. Todos lo bardeaban y le querían pegar. Yo había logrado sobrevivir ahí a base de hacerme bien el boludo, haciendo lo que nunca hago en otros lados, quedarme piola ante las provocaciones. Sabía que si me pasaba de vivo me hacían pomada. Además en aquellas épocas, si bien siempre fuí de mecha corta, tenía menos enojo acumulado así que prefería pasar un buen rato y llevarme bien con todos en la medida de lo posible. 

De la rama Scout había dos que tenía montados en un huevo, así como antes a Pablo Rancho que estaba meta doblarme el brazo. Ahora tenía a Rodrigo que me miraba con inquina y me decía raquítico. Yo le decía Somalí, porque además de flaco era negro. Creo que nunca entendió la referencia, mejor porque de seguro me fajaba. Además estaba uno nuevo, medio gordito, un tal Dinelli. El pibe más rosquero, provocador y mete púa que conocí hasta ese momento. Denso como él sólo. No nos bancábamos desde el minuto uno que llegó. Cuestión de piel supongo... Cosas que pasan. 

Por otro lado mi familia seguía en caída libre en lo económico. Ese verano del 96 que se avecinaba no me podían mandar al campamento. Ya no había guita ni para eso (porque eran baratos los campamentos Scouts), ni para ir a Mar del plata a lo de nuestros abuelos maternos. En cambio, mis viejos consiguieron un plan mucho mejor... Ir a cuidarle el caserón a una familia que sí le iba bien. Mientras ellos estaban en Disney o no sé donde, durante todo el verano, nosotros les hacíamos de caseros en un barrio bien de Polvorines. Al menos había pelopincho. En el grupo Scout se fueron de camping a Necochea y la verdad que no me morí de envidia. Necochea se me hacía un Mardel más frío y feo. Igual, como siempre, cuando volvimos a principio del 96 a reencontrarnos me contaron que estuvo muy bueno y que pasó de todo, como siempre. Siempre pasaba algo en aquellos campamentos. Yo tendría que esperar al próximo verano para poder ir con ellos nuevamente. No sin antes, desayunarnos con mi hermano lo que nos avisaron nuestros padres en medio de un cena allí en Polvorines. En marzo nos íbamos de Catalinas Sur y nos mudábamos a Pompeya, a un departamento más chico que era de mi abuela paterna. Ambos nos quebramos de bronca y disgusto. Yo me puse muy mal la verdad, pero creo que mi hermano no les perdona ese cachetazo de realidad a mis padres hasta el día de hoy. En fin... se hizo lo que se pudo. Cuando volviera a los Scouts, ya sería yendo desde otro barrio, tomándome uno o dos colectivos, lo mismo al colegio que me faltaba séptimo grado para terminar la primaria. Todo era seguir ahí porque yo quería mantener eso. Pero comenzarían los sacrificios. El sueño idílico de vivir en un barrio hermoso donde tenía toda mi vida se había terminado.