lunes, 21 de junio de 2021

Un Junio inolvidable

Hace exactos veinte años, mi vida dio se cruzó con su primer golpe afectivo. Era el fin de semana largo de junio en el que suelen unirse dos eventos: El feriado por el día de la bandera (Argentina) y el día del padre. ¿Año? El inolvidable 2001. ¿Que se podía hacer en las vísperas del invierno? Yo tenía diecisiete años y estaba por terminar la secundaria. En un par de meses cumpliría dieciocho y ya sería mayor de edad. Mi vieja decidió ir a visitar a su padre para tal importante fecha y yo me sumé al viaje, dejando a mi viejo con mi hermano en Buenos Aires. Así partimos hacia la ciudad de Mar del plata, cuatrocientos y pico de kilómetros hacia el sur. Una ciudad costera que en verano muchos amamos, pero que en invierno 'ssss' es un tanto difícil. Como en casi cualquier ciudad allende al mar, cuando el invierno austral te cubre, más te vale que te abrigues por demás y que, en lo posible, no salgas de casa. 

Ese invierno del 2001 fue un invierno crudo. Eran tiempos aciagos para el país, que venía de más de una década de neo-liberalismo. En este punto de la historia nadie imaginaba los desmadres políticos que nos esperaban en diciembre, o ni siquiera del atentado terrorista a las torres gemelas del 11 de septiembre. No, aún estábamos inmersos en otra realidad paralela. Una especie de coletazo agónico de la década de los noventas que todavía se negaba a terminar de morir. A todo esto, yo vivía una etapa de fuerte confusión adolescente. A principios de año me había cambiado de colegio secundario por tercera vez y creo que era la vencida. Aparte, acarreaba en esos días con una infección urinaria de desconocido origen, que nadie lograba dar con ni con la causa ni con el remedio. Y para sumar un poco más de malestar al asunto, estaba enamorado. Desde hacía unos meses que salíamos un amigo y yo con dos chicas, un par de años más chicas (pero todos menores de edad por suerte). Una de ellas (que tenía novio) era la que me gustaba a mí y al parecer ella no me era indiferente del todo. Pero bueno, su situación era esa y yo no pretendía avanzar por eso mismo. Acepté mi situación con sosiego y estoicismo. Pero había cometido un error fatal, me había cambiado no a cualquier colegio sino al colegio donde ella iba. Por eso, todo el 2001 nos la pasábamos viéndonos en los recreos. Y siempre sentía que estábamos un poco más cerca de estar juntos, pero ella era una chica digamos particular. Extraña, alocada, muy eufórica y hormonal. Cosa que a mi me volvía loco (sobre todo en ese momento de pubertad exaltada). Cuestión que pocos días antes de que me fuera a Mardel a pasar el fin de semana largo a lo de mis abuelos, ella me sentó en un banco del colegio en pleno recreo y me confesó su "amor", su prohibido amor irrefrenable hacia mí. Claro que yo no me quedé callado e hice lo mismo, pero le recordé que estaba de novia y... ¿Que íbamos a hacer? Pero ella se quedó sin respuesta. Esa era la situación, pero al parecer ella no estaba del todo dispuesta a cambiar su condición. Entonces quedamos en la nada y yo me fuí sabiendo algo que sospechaba pero que ahora me pesaba más. Ella quería estar conmigo pero no se podía. O en todo caso si, pero yo no aceptaba una posible condición de segundo o seudo amante. No me cerraba. Aparte conocía al chabón (más grande que ambos) con el que salía y si bien no me caía del todo en gracia tampoco me caía mal. Y sobre todo me congraciaba con él porque uno podría ser ese flaco mañana y ya desde mi adolescencia rechazaba el engaño. Por ende no quería ser cómplice del mismo. Una especie de Humphrey Bogart adolescente y berreta que resigna su deseo por hacer lo que es correcto. En fin...

Con todas estas cuestiones me fui con mi vieja a Mar del plata. Pero más allá de lo bello de cambiar de aire, de viajar (aunque sea a Mardel en invierno), y lo lindo de volver a la casa de mis abuelos, la realidad es que estaba muy triste. Bajoneado y triste como solo un adolescente de esa edad puede estarlo. Lo que ahora me parece un estado de ánimo bastante usual, pero en aquellos tiempos era algo nuevo y por eso mismo, muy doloroso. Para distraerme comencé a escuchar los vinilos de rock que allí estaban que eran de mi tía. Escuché a Yes, Rick Wakeman, descubrí a un chabón que se llama Mike Oldfield y bueno... de todo un poquito. Sin embargo hubo un disco que me quedó marcado ese invierno. A day at the races (1976), el quinto disco de Queen. Una verdadera implosión de rock queenero que me devolvió un poco el ánimo. 

Al día de llegar traté de salir a dar una vuelta en bici pero la que allí estaba necesitaba reparación. Fui a una bicicletería que estaba en la avenida Constitución, a dos cuadras de casa pero estaba cerrada con vistas de seguir así por un buen tiempo. Alguno de mis abuelos me tiró el dato de que en la panadería de Tejedor habría un sorteo para ganarse una bicicleta. Entonces, me emponché de nuevo y otras vez salí a la calle. Era un día nublado (obvio) y frío como él solo. Pero no hubo caso, no gané ni por casualidad. Volví a la casa de la calle Gomara pero se me ocurrió que antes podía llamarla. Me fui hasta avenida Constitución y busqué un locutorio. El teléfono sonó varias veces hasta que ella me contestó. Parecía muy sorprendida de mi llamada. Le pregunté como estaba. Le dije que la extrañaba o que pensaba en ella y no sé que patraña más. Ella se mostraba mucho más cautelosa de lo que esperaba. Como si no pudiera hablar. Pensé que por ahí estaba con su novio pero ella simplemente me dijo que no me gastara guita en llamadas así. Que se escuchaba como pasaban los pulsos. A mi lo que menos me importaba era la plata, sólo quería hablar con ella. Pero entendí la indirecta. Nos vemos en el colegio, le dije y cortamos. Yo quedé peor que antes. Quería que ella estuviera ahí conmigo. O en todo caso sentí que no debería haber ido a Mar del plata, que perdí una posición que debía quedarme a defender. Volví a la casa y escuché el tema "Drowse" del disco de Queen mencionado. Un tema medio raro que canta Roger Taylor. Su melodía melancólica me hizo sentir más triste. Bueno, después leí la letra del tema y todo encajaba. Y mientras levantaba la vista del interior del vinilo donde se los veía a los cuatro Queen sobre un escenario, con un Freddie en calzas, se me cruzó por la cabeza que todo lo que me estaba pasando no iba a terminar en buen puerto. Miré por la ventana esa tarde invernal marplatense, tan fría, gris y melancólica. A "Drowse" le siguió la canción "Teo torriate", tema que cierra el disco. Creo que el efecto fue aún peor. Me hizo sentir más hundido y triste. 

Al día siguiente mi vieja me llevó a ver a un médico brujo famoso de 'La Feliz', un viejo gordo con bastón, que decía que tenía ciento veintipico de años. Cosa que me pareció ridícula y exagerada. Se acercó y me auscultó con una especie de lupa extraña por las pupilas. Le dijo a mi vieja que lo que yo tenía eran simples cálculos renales y que tomara un yuyo que no recuerdo el nombre pero que tenía un olor espantoso y gusto de mil diablos. Sin embargo, cuando volvimos a Buenos Aires me llevaron con un médico homeópata que me había curado el asma de chico y bueno... El tipo con sus famosos globulitos me curó la infección urinaria en un santiamén. Respecto de la chica bueno, como lo había sospechado, nada de eso llegó a buen puerto. Ella siguió con su novio y dos meses después fuimos a bailar y la vi chapándose a otro flaco. Bueno, cosas de la adolescencia ¿no? La historia siguió un tiempo más de hecho. Y poco después de los sucesos del 20 de diciembre me llamó por teléfono e hicimos las paces. Lo que siguió es otra historia pero mi recuerdo más nítido es el que acompaña ese fin de semana de invierno en Mar del plata escuchando A day at the races, mi pis ardoroso y mi amor por la inaccesible Melina. 

1 comentario:

jl dijo...

que buen relato...