viernes, 4 de junio de 2021

GAMALEIA


Zvyozdni Gorodok o "Ciudad de las estrellas". URSS.

Centro Gagarin de entrenamiento de Cosmonautas (CGEC).

1º de julio de mil novecientos ochenta y...

Laszlo Kovacs salió del ascensor y una vez afuera de la enorme mole gris de granito y hormigón, buscó refugio del fuerte Sol que azotaba a la Ciudad de las estrellas. Antes de llegar al alerón del edificio donde tenía su residencia, pasó por la gran efigie icónica del lugar. Un Cosmonauta atravesando un aro de fuego, o atravesando el espacio conocido, el universo, saliendo de la galaxia o entrando a un agujero negro. 

Que importaba... la figura alegórica le trasmitía paz y tranquilidad. Sentía que estaba en el momento y lugar indicado. Que ser un cosmonauta soviético era el mayor honor que podía tener. 

Un hombre soviético, de la Tierra a las estrellas, por el pueblo. Ya llegaría el día de alcanzar la gloria en nombre de todos, como antes lo había hecho el gran Yuri Gagarin. 

Pero el verano soviético llegaba a su fin y no quedaba nadie con quien conversar en toda la ciudad. Laszlo se sintió apesadumbrado, desolado, perdido. Porque quizás ser un soltero empedernido era algo ideal para un hombre espacial, pero a veces sentía flaquear, sentía que su parte débil, la más humana de las partes, le susurraba que añoraba el deseo, que añoraba lo que otros tenían, que debía buscarse un amor. Pero Kovacs descartaba de cuajo estos cuestionamientos que surgían de sí. Los tildaba de burgueses, de "occidentales". "Siempre añorando tener, obtener, poseer". Ese es el pensamiento que lleva a la ruina al mundo occidental, a los capitalistas, a los adoradores de la materia.

El calor hizo tambalear a Kovacs y después de horas bajo el entrenamiento acuático, su cabeza daba mil vueltas. Necesitaba descansar y no pegaba el ojo desde hacía casi un día. Eran las tres de la tarde y estaba por perder el conocimiento. Se sujetó del soberbio monumento para no derrumbarse al piso ardiente. Elevó la mirada hacia la cara del cosmonauta, rodeado de una especie de halo en la cabeza. Después de todo, los cosmonautas son una especie de ángeles, pero más humanos, más imperfectos, más mortales...

Pero ahora el piso estaba mojada, era otoño (si es que existe el otoño), y la URSS ya no es la URSS, sino la Federación Rusa, la heroica bandera roja con la hoz y el martillo ha sido reemplazada por una bandera convencional de tres colores, blanca, azul y roja. El país ha perdido territorio en el oeste, y nos gobierna un extraño sujeto con super poderes, un ex KGB. Somos amigos de los chinos y los argentinos. Extrañas alianzas... pensó Kovacs. La humanidad está atacada de un mal, una pandemia global azota y aniquila a miles de personas. Rusia es una de las pocas naciones que encontró la cura, o más bien, la vacuna para prevenir este gran mal. EEUU es un gigante en decadencia, hundiéndose en su propia miseria de egoísmos y odio racial. 

Una palabra resuena en su cabeza. Gamaleia, gamaleia, gamaleya, gama, leia...

Es un mensaje de Yuri Gagarin desde el más allá. El final del mundo conocido está cerca, pero gamaleia traerá la solución, vodka y solidaridad para todo el mundo, de Rusia con amor...

Kovacs comprende su función de allí a cuarenta años en el futuro. Una pieza clave en el descubrimiento del compuesto que revolucionará todo y hará, después de la dura caída en diez años, a nuestro pueblo grande y orgulloso otra vez. 

Laszlo abre los ojos y ve la cara del cosmonauta de granito con esa mirada perdida en el infinito y más allá. Y ese halo angelical que ornamenta su cabeza. El sol por detrás. El golpe de calor lo hizo desmayarse. Por allí pasa una de las jóvenes estudiantes de cosmonáutica, joven promesa soviética del futuro. Lo ayuda a levantarse y Laszlo no repara en ella hasta que se da cuenta que la joven, con su delantal blanco lo reconoce. Kovacs es uno de los grandes cosmonautas de la URSS. Ella no puede creer estar parada frente a él. Entonces es cuando Laszlo la mira a esos ojos marrones, esa cabellera negra como el espacio, ese brillo estelar interior que deslumbra. Kovacs se pone incómodo, nervioso, sus palabras se traban y no quieren salir de su boca. Hace un intento de presentación torpe pero ella ya lo reconoció. Ahí es cuando él se anima a preguntarle tartamudeando como se llama. Ella sonríe y le contesta acercándose a su oído, como si fuera una infidencia juvenil

-Gamaleia...

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