lunes, 31 de enero de 2011

Simposio en Leningrado

La Jorga no pueden reprimir un un pequeño sollozo en tamaña situación engorrosa. Todos hablan ruso, pero los viernes él se descapacita de todo sentido gregario y de intención interlocutiva.
Vavieka le muestra los antiguos palacios de San Petersburgo, pero la realidad es que todo lo parece frío y mediocre, como una especie de imitación de sentido europeo en medio de una granja de ninfómanas y sátiros de neandertal.
Bajo los ríspidos senderos del parque de la revolución todo despide un halo iridiscente de inescrupulosa indecencia que la Jorga repele con su mejor cara de pocos amigos.
El paseo se va convirtiendo en una de esas excursiones de primaria donde se visitaba alguna fábrica de inoportuna temática para niños de 10 años como podría ser una fábrica textil Piguense.
Al cabo de media jornada, y eso equivale a decir 5 horas ya que én invierno los días duran tan poco como el amor de primavera, la Jorga va sintiendo un nudo en el estómago que pareciera que le fuera a destripar las entrañas desde dentro. Un temblor a un costado de su estomago estremece todo su ser y recuerda su casa en Temperley, donde el brujo Ramirez le vaticinó alguna vez su final en un lugar alejado y frío.
Pero no se deja intimidar por la situación adversa actual y arremete con todo en el recorrido, acompañado por la señorita Vavieka quien no deja de mencionarle el estilo del tapizado francés.
La Jorga de pronto siente deseos de apuñalar a su acompañante actual, ella lo ama, él a ella también, o al menos eso cree, pero no puede evitar ese sentimiento punzante que le pide acabar con todo de una vez.
Al cabo de media hora de recorrer, subir, bajar, entrar y salir de suntuosos monumentos que no le dicen nada, Boris llega con su cara de comunista mal pago a informar que se avecina un temporal de nieve y que deben partir hacia mejores destinos.
Todo termino entonces para la Jorga, su agobio, su odio supra-humano y el amor letal, que se empieza a apagar mientras Vavieka le acaricia su pelo ensortijado en el coche. Esa chica rubia, de ojos celestes, con cara intelectual pero algo atontada y que lo mira y lo mira fascinada a él, que es un hincha del Porvenir, que come fideos con mucho queso rallado y que no puede terminar con la manía de chupar el cuchillo.
Camino del calor del hogar, el frío es estremecedor, la Jorga piensa en su destino y se ríe de sus amigos que quedaron allá, lejos, al sur del globo, muriendose por un ideal que los carcomía y que supo encontrar como la mayor charada de los últimos tiempos, viviendo en el país mas auto engañado y muriente de los últimos tiempos.
Allí mismo, bien lejos de todo, por fin descubrió lo absurdo y falso de su propio ser.

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