lunes, 30 de agosto de 2010

Las biopolíticas atacan de nuevo!!!


Muchos son los filósofos, filólogos y demás pensadores gestadores de la camorra y la ignominia han dejado en claro que el estudio del cuerpo como lugar de sujeción, como lugar donde ejercer violencia no sólo física sino simbólica, o también como lugar de disciplinamiento desde la infancia.
Un clásico ejemplo es el que da Michel Foucault en su clásico libro del pensamiento contemporáneo Vigilar y castigar, donde da entre otros el ejemplo de la ortopedia como método correctivo de las "distorsiones" humanas de nacimiento, encauzando al sujeto por el lado y la forma correcta.
El otro día veía una foto del Che, muerto, en una camilla, rodeado de soldados, coroneles y periodistas bolivianos, luego de su fusilamiento.
La exhibición de su cuerpo servía como "ejemplo" para otros, para que vieran como terminaban los guerrilleros, sobre todo EL guerrillero.
El cuerpo entonces enmarcado como una postal del ejemplo, no pudo dejarme de hacer acordar a La clase de anatomía del dr. Tulp, un cuadro de Rembrandt, pintor holandés del siglo 17, que se destacó mucho por sus claroscuros en sus pinturas y cierta crudeza en sus representaciones.
En dicho cuadro se muestra un disección de un cuerpo humano, no tanto en función de autopsia en una morgue, sino mas bien de una especie de clase con el cuerpo de un muerto.
Como podemos ver ninguno de los doctores mira el cuerpo, es solo un objeto, es el iluminismo, es la era de la razón, del hombre visto en su sentido mas utilitario y técnico. Es el comienzo de la temprana modernidad.
En cambio en la foto del Che fusilado, vemos que no lo miran mucho tampoco, es un trofeo, el sentido es enseñar, pero no la anatomía humana, sino la derrota humana en el campo de las ambiciones del idealismo.
Ya no hay nada que aprender, que descubrir nada nuevo, al contrario, solo nos enseñan que ya esta todo perdido, que ya no se puede luchar contra un sistema super instituido. Es el fin del modernismo, el fin del idealismo, el fin del hombre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pensar en el cuerpo como ejemplo me recuerda al primer capítulo de Vigilar y Castigar, “la resonancia de los suplicios” allí el período en cuestión refiere al absolutismo monárquico donde el castigo era público, se invitaba al pueblo a presenciar el poder del soberano, la encarnación de la ley. En los albores del liberalismo el castigo perdió su característica más peculiar: ser público, visible, actualización del poder que se ciñe sobre nosotros. Pasó a la sombra de la cárcel, aquel “paraíso” elaborado por Bentham dónde iban a parar aquellos que asumían el riesgo de hacer caso omiso a la letra sacrosanta de la ley. A mi entender lo perverso no es tanto aquello que se expone y ante lo cual nos horrorizamos ya que este recurso se desarrolla en última instancia, en primer instancia deberíamos temer a las invisibilidades, aquello que no se nombra y no por simple casualidad sino como efecto de poder.
Más allá del simbolismo de la derrota, de aquellas prácticas y reflexiones que inevitablemente nos llevarían por “mal camino”, pienso que deberíamos centrarnos en lo cotidiano, en las “verdades evidentes” que no se cuestionan, en los discursos y acciones cotidianas con carácter performativo sobre nuestra subjetividad, eso es lo perverso, la idea de esencia humana, la naturalización del orden social.
Lo que no advertimos es que la invisibilidad del castigo es paralela a la conformación de un poder capilar, que se instala en lo más recóndito de nosotros y nos va configurando como sujetos, el disciplinamiento es sólo uno de los engranajes de la maquinaria, el saber experto lo legitima.
En última instancia durante los siglos XVII y XVIII se fabricaron las libertades tal como las conocemos hoy en día, los contractualistas la proclamaban de la mano de la igualdad argumento indispensable para el desarrollo de las relaciones mercantiles. Esta ficción no pudo ser mantenida, el Che fue un símbolo de ello, sin embargo los discursos se rearmaron y el neoliberalismo tan actual viene a remediar ese hiato; “la desigualdad es natural”, el hombre movilizado por el interés es amo y señor de su destino, y para aquellos que no se esfuerzan lo suficiente están las migajas que regala el Estado, ya no hay derechos universales sino merecimiento o no de un beneficio.