miércoles, 21 de mayo de 2014

El flaco que olía libros


Por mas que quisiera, el flaco no podía evitarlo. Cada vez que entraba en una librería, sin importar el título, simplemente, olía el interior de los libros. 
Explicaba que así podía entender el alma del libro, mas allá del contenido. Parecía mas a alguien que iba a comprar fruta a la verdulería que libros. 
Una vez, olió Mi lucha de Hitler, y sin reparar en lo que olía, se llevó el libro. Dijo que sus hojas tenían un olor rancio y viejo, de libro usado y manoseado, pero que sin dudas era un olor único en su especie, digno de ser olido algunas veces mas por lo menos. Quizás el libro en sí, nunca llegaría a leerlo, aseguró.
El flaco que olía libros, catalogaba según diferentes tipos de papel, tinta e impresión. 
Por un lado los usados. Podía saber son solo olerlos dos minutos, de que año era la impresión y con toda seguridad acertaba.
Los libros nuevos, con papel ilustración, solían volverlo loco, y los catalogaba en sub géneros imposibles de comprender para el resto de los mortales. 
Solían asegurar que la editorial Edaf, solía tener buen olor en sus publicaciones, y algunas infantiles de Larousse, también. 
Para el flaco, los libros no eran lectura, para el flaco, los libros eran un mundo de sensaciones olfativas que le proporcionaban un placer cuasi orgásmico, difícil de comparar con otros placeres. 
Para él era el único placer. 
Dicen que nunca se casó. Apenas se le conoció alguna que otra novia y un día, así como apareció repentinamente, desapareció y no se lo vió nunca mas. 
Algunos dicen que fue atropellado por un colectivo de la línea 26, una vez que cruzaba la avenida Corrientes como loco, yendo de una librería a la otra.
Otros dicen que se fue a vivir a medio oriente y que recorre librerías buscando el elixir absoluto que le ofrece el aroma de los viejos papiros. 
Pero para mi simplemente nunca existió, fue un simple y débil reflejo de alguien que probablemente existió alguna vez y es mera imaginación de algún escritor medio noctámbulo. 

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