martes, 5 de marzo de 2013

Cosmos: Un viaje personal


Carlos se subió al tren de la estación y comandó sus vehículos hasta la estación Eisenhower. A las 15pm despidió al personal y abordó el gran panadero ensoñado. La fuerza gravitacional disparó un reguero de recuerdos de su mas tierna infancia. La imagen de un techo con celosía en la casa de su abuelo, en el viejo Pakistán. Una corrida con sus amigos de colegio hasta un estanque donde todos se daban unos buenos chapuzones en verano. Una novia pelirroja con la que hizo el amor mientras sonaba Blue sunday de los Doors en la radio. Y otras cosas mas que no vienen al caso. Si para Carlos, que parecía recordar todo esto sin darse cuenta que rompía la barrera del sonido y sin un rumbo fijo hacia el espacio infinito.
Varios años después, Carlos seguía boyando por los rincones mas perdidos de la galaxia. Se acordó de Star Wars y se preguntó si existiría la fuerza. Mientras miraba raras formaciones de estrellas y galaxias, como nubes rosas, pensaba que el universo visto en vivo y en directo era mas fascinante que cualquier efecto especial Hollywoodense. Eso sí, también mucho mas desolador y triste. Un halo de soledad y congoja cubrían a Carlos que había perdido todo contacto con la tierra. Sin conexión con cualquier tipo de humanidad, Carlos pasaba su tiempo mirando viejas películas, observando las galaxias o escribiendo sus memorias, poesía interplanetaria, como la llamaba él, y otras cosas como insultos a modo de catarsis, que siempre terminaban en un profundo amor compasivo hacia la "desorientada raza humana".
Un día, haciendo cálculos, se dio cuenta que todos sus afectos abrían muerto en la Tierra ya que habían pasado cientos de años según la teoría de la relatividad y para él solo habían pasado 20 años. Ahora detentaba 54 años y algunas canas en la sienes. La hipotermia del destino cayó sobre su humanidad en tan solo una breves milésimas de parsecs. De a poco la visión del infinito lo sumió en la mas profunda tristeza. Comprendió que salir a recorrer galaxias no tiene sentido. Que su lugar era en su planeta, con su gente, aunque creyera no tener a nadie. El espacio es solo para las estrellas y asteroides. En un rapto de incongruencia romanticista, Carlos intentó suicidarse golpeándose la cabeza con los siete volúmenes de la novela "En busca del tiempo perdido" de Marcel Proust. Pero su intento falló y resignificó aquello como una ironía del destino. Luego de algunos años, su panadero espacial se encontraba flotando en una marejada de supernovas y esponjas inter galácticas cuando se percató que se había quedado sin alimento. Moriría de inanición como su ídolo Chris McCandless, solo que en vez de hacerlo en Alaska, lo haría en medio del Cosmos. Su duda era si jugarse el todo por el todo y arriesgarse a bajar a un planeta. ¿Encontraría vida? ¿Seguiría solo? La duda le carcomía el tiempo y las uñas. El final se acercaba.
Post Adscriptum: Cosmos actual.
Una inmensa masa de cacharros y trastos derivados de la tercer roca de una estrella, flota sin sentido en medio del mar infinito. El silencio cubre todo el panorama desolador en la oscuridad de la nada misma.

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