lunes, 22 de enero de 2024

El Tata que se fugó



Recordaba los días en que, siendo un niño, caminaba por la Rambla, deseoso de llegar a la playa. Cuando por las tardes volvían a la casa de veraneo y su abuela le preparaba unos ricos Scons. Comía con gran placer mientras la vida relajada le sonreía. Pero por fuera de eso, su vida era difícil. Tartamudo de nacimiento, su padre solía rechazarlo por no poder hablar de forma correcta. En cambio su hermana mayor era la preferida. Todo podía quedar en la mera anécdota, pero él sabía que para ganarse el respeto deseado debería esforzarse el doble. Así es como llegó a la Universidad cuando en esos tiempos aún era arancelada. El pensamiento de los conservadores era que si quería conocimiento debías pagar por ello. Pero los Radicales habían logrado grandes avances en materia de educación, aunque les faltó la universitaria. Sin embargo, él estaróa por siempre agradecido por eso, ya que sin la educación primaria y secundaria gratuita nunca hubiera llegado tan lejos. Llevó su título de Arquitecto ante su azorado padre y le dijo ahí tienen, el bo bo ludo, se recibió... Y huyó a convertirse en uno de los mejores de su tiempo. 

A ver Ernesto, la cucharita...

Poco después, con Perón al poder, él seguiría leal a los radicales, aunque no podría negar las veleidades del nuevo gobierno. Sería parte de importantes proyectos como el de Ciudad Evita y Ciudad deportiva, pero su negativa a afiliarse al partido lo dejaría relegado de aquellas grandes obras. Sin embargo, poco o nada se arrepentiría de sus decisiones. Vendrían ofertas para radicarse en California, Estados Unidos pero tampoco sería de su agrado. Con su flamante matrimonio y su recién nacida hija, lo último que quería era ise a vivir a la tierra de los gringos, que no eran santos de su devoción. 

Muy bien Ernesto, a ver la cabecita, subimos los piecitos...

Con los años vendrían las estafas de algún amigo/socio, y la caída libre. Una hija más. Y finalmente el sueño de una merecida jubilación. No sin antes pasar por la amargura de ver a su hija mayor quedar embarazada y tener que casarse. Aunque su yerno le caía bien, después de todo era diseñador y ambos Arianos, crecieron entre lápices y el desdén paterno. 

A ver el abuelito como se sienta...

Pero luego de aquella boda, trabajaría unos pocos años más y cumpliría su sueño de poder irse a vivir a su ciudad añorada de la infancia. Comprando una casa en Parque Luro, MDP, el buen anciano lograría vivir su retiro ahí donde de niño fue feliz. Con su mujer y su hija menor, comenzaría una nueva vida, viviendo casi los últimos treinta años de vida allí. Claro que después vendría de visita cada santo verano su hija mayor con su marido e hijito. Y luego de algunos años iría con otro niño a cuestas, y así, casi todos los veranos que pudieran ir. 

¿Como se siente abuelito hoy?

Y los nietos crecerían, le romperían alguna que otra planta, algún que otro vidrio, alguna que otra maceta, pero él se entretenía con ellos. Les contaría sus andanzas, su relación tensa con su padre conservador, sus puteadas con los peronistas... Los llevaría de paseo en su Renault 12, ellos lo amarían y el viejo viviría unos años felices, o relativamente felices. Hasta que sus nietos ya crecidos fueran cada vez menos seguido a visitarlo y entonces... ¿que? ¿Terminaría sus últimos años en un geriátrico?

La puta que lo parió, ca ca caraaajoooo...

Ni hablar! Una tarde se levantaría del espacio común y se iría caminando como pancho por su casa. Caminaría tantas cuadras como le permitieran sus piernas porque él quería ver la playa otra vez, ver el mar antes de morir... Y lo conseguiría. Se armaría un revuelo bárbaro en el asilo de ancianos, porque Ernestito... el Tata de sus nietos... había escapado. No por la ventana, porque no es una película de Hollywood, pero si por la puerta. Porque no estaba dispuesto, un hombre de su temple, que había logrado todo lo que había conseguido, dejarse morir de forma ignominosa de esa manera. Lo haría pero a su modo, de una forma digna... 

El caminó por la rambla como cuando era chico, el Sol de la tarde le quemó la piel, se pudo sentir vivo. Recordó a sus padres y hermana, cuando Mar del plata tenía un gran rosedal frente a la playa. Y pudo sentirse completo.

Pocas horas después lo encontraron sentado mirando el mar, todo rojo y con una sonrisa inigualable. Lo llevaron de vuelta al asilo, y le notificaron a su hija menor de lo sucedido. Ella sonrió y se alegró (más allá de la reprimenda del geriatrico) por su padre y por haber tenido las agallas para hacer una cosa así. Un mes después moriría plácidamente en su cama por una insuficiencia renal pero... ¿quién le quitaría lo bailado?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Maravilloso