martes, 31 de octubre de 2017

Agua en Marte



Una vez que bajó por el ascensor se encontró con el mapa inmenso y anaranjado de un gran mar de dimensiones increíbles.
La superficie era plástica, de una textura suave y terciada. Parecía la imagen del fondo cristalino de una pileta de club, o la orilla del Mediterráneo griego.
La opacidad del cuarto hacía temblar sus párpados de una forma molesta. Necesitaba tomar el Hidroxilíaco Metan 4 para calmar esa sensación.
Por más que intentara darle vueltas al asunto, no podía entender cómo era posible ver lo que estaba observando. Pocas veces en la vida uno no puede dar crédito a lo que ven los ojos. Pueden ser distintas cosas, como la violencia indiscriminada a los animales, un columpio fabuloso en el espacio, y cosas más absurdas aún...
Mientras miraba lo que le parecía increíble, apareció Kiko Veneno, el gatito negro de a bordo. Y se miraron un rato y luego cada uno siguió contemplando su propio más allá. Como la mayoría de la tripulación a esas horas dormía, decidió que lo mejor era ponerse a hacer algo tranquilo, como podía ser tejer un pulóver para el gatito que buscaba refugio del casi frío polar que imperaba en la estación.
Lo sentó en su falda, sacó de su morral un poco de lana, agujas de tejer y anteojos de grueso armazón negro. Concentrado en su labor, empezó a hamacarse suavemente en una mecedora. ésta era de un plástico rojo brillante y con ese olorcito a plástico nuevo, como de juguete recién comprado.
Una vez pasaron los minutos, pasaron las horas. Una vez pasaron las horas, pasaron los días. Una vez pasados los días, pasaron las semanas. Una vez pasadas las semanas, pasaron los meses, y así una vez pasados éstos, pasaron también los años, cuando finalmente terminó el pulóver. Todo seguía como siempre, el gato sobre su falda, el frío en aumento y ese extraño suceso igual, inerte o casi estático, como la fotografía fantasmagórica de un muerto decimonónico.
Una vez que arropó a Kiko y éste se perdió en los pasillos extensos de espaciosa estación-antena, se acercó a los ventanales circulares. Todo parecía aletargado, como sumido en una nube sedante y rosácea.
Luego de mirar horas y horas entendió que era muy probable que ya nadie despertara de su sueño espacial. El pasaje no cambiaba, el tiempo parecía no correr y el gato no envejecer, quizás como resultado de ese mar petrificado que parecía observarlo desde la inmensidad del olvidado planeta rojo.
Entonces entendió su destino incierto, entendió que ya no era un ser humano como solía serlo, que era solo un recuerdo de haberlo sido, ni siquiera recordaba si era un hombre o una mujer, y ya tampoco le interesaba saberlo. No recordaba ni su nombre, ni su origen. Se sentía plantado en aquel lugar de una forma violenta, como un cuerpo sin sentido.
Estaba inmerso en ese extraño planeta al cual nadie había ido antes, ni nadie volvería, ya que a nadie le importaba. Era la sombra de algo que alguna había tenido un pasado y un sentido, de lo que quedaba sólo una triste silueta sin libertad de acción, atrapado en un tiempo eterno.
Acompañado sólo de un gatito negro llamado Kiko Veneno, el cual encima gustaba de esconderse, librado a una suerte de vida eterna, sin más propósito que el de ponerle fin de alguna manera a ese sufrimiento abstracto y melancólico en el que se encontraba, porque ya no era una persona sino un soplo, o ya casi un aliento del mismo Kiko Veneno.
2009.