lunes, 25 de septiembre de 2017

Chavales de neón


1.
Se enciende el motor. Un rugido como de león hambriento cruza toda la calle desierta de lo que alguna vez fue una ciudad con vida. Hoy ya solo quedan edificios en ruinas, mucha basura, roedores de gran tamaño y nosotros, los motoqueros, mejor conocidos como los "chavales de neón".
Hartos de vivir de residuos y restos, nos movemos de ciudad en ciudad para encontrar nuevas formas de vida. En este mundo post holocausto nuclear, queda poco para rescatar. Los autos que funcionan son un desperdicio de combustible, e imposibles de manejarse con agilidad. En estos tiempos los vehículos que sirven son con dos ruedas. Las misiones, simples: Buscar comida entre los restos de civilización, movernos entre los escombros y evadir a los "Mutantia". Éstos son una mutación imposible de humanos alcanzados por la radioactividad provocada por la última guerra nuclear entre Nor Corea y los siempre implicados Norteamericanos. Nosotros somos apenas una banda de muchachos, salidos de los pocos refugios nucleares que había por la zona. Nuestros padres eran los dueños de estos parajes. El resto de la población murió de inmediato. O eso pensamos durante un tiempo, para luego descubrir que algunos sobrevivieron, pero no de la mejor manera. Los Mutantia o simplemente mutantes, son merodeadores nocturnos. Sin embargo en estos tiempos, luego del holocausto nuclear, vivimos siempre "de noche" y esto es debido a una gran cantidad de residuos en la estratosfera que impiden la llegada de la luz del Sol. Hace años que nadie ve el sol. O hay una oscuridad total o una semi oscuridad turbia. De todos modos, los mutantes cada vez salen mas seguido. Y cuando uno de nosotros cae en sus manos, ellos simplemente nos devoran como pan con chocolate. Se manejan en manadas de ocho o diez, andan encorvados, están cubiertos de una costra negra con pelos, y sus rostros carecen fisonomías distinguibles. En vez de orejas poseen una especie de antenas largas y peludas, dientes filosos y podridos. Una sola mordida de ellos es mas efectiva que cualquier veneno. En pocos segundos convulsionas y quedas listo para el almuerzo o cena de los mutantes. Poseen una especie de piel gruesa que se acerca bastante a un caparazón de cucaracha. Híbridos entre roedores, humanos y cucarachas, estos mutantes no merecen ningún tipo de miramientos. Mientras podamos matarlos será lo mejor, pero no es tarea fácil. Nosotros somos cada vez menos y carecemos de armas eficientes contra estos malbichos. Sin embargo, los ojos de los mutantes son grandes, ovalados y negros, muy sensibles a la luz, ya que nunca la vieron, y éste es su punto débil. Sobre todo sensibles a las luces de neón, que los ciegan casi por completo, haciendo mas fácil nuestra tarea de exterminarlos. Hemos cubierto nuestros cuerpos con trajes de neón y cascos luminosos. Nuestra sola presencia, hoy en día atemoriza de tal manera a estos monstruos deformes, que ya casi no nos atacan. Somos los nuevos amos de la ruta y los caminos. La calle es nuestra, y mientras tengamos las luces, tenemos el control. Sin embargo, una nueva amenaza se cierne sobre nosotros, y nos sabemos si estamos preparados para afrontarla...
2.
Creemos que es el año 2062, pero no estamos seguros. Nuestros padres, los ancianos del refugio, ya no recuerdan cuando bajaron con nuestros abuelos para esconderse de las bombas. Nosotros nacimos en cautiverio. Hoy en día quedan pocos de nuestros abuelos, el único nexo que nos unía con la civilización pasada, y lo poco que sabemos es que en un mundo sin reglas como el actual, nosotros gobernamos la ciudad.
8, 12 y 20, junto a mi, hacemos una ronda de reconocimiento por los alrededores. Existe la remota posibilidad de que un huracán con sobrecarga eléctrica se acerque a nuestras zona. Desmantelamos las reservas de las ciudades aledañas, y ahora nos aprestamos a guarecernos de un posible efecto residual subatómico, producto de las viejas rencillas de nuestros locos antepasados. Esa es nuestra vida, buscar alimento y sobrevivir a los efectos de una guerra que no fue nuestra.
Nuestros nombres no son importantes. Hoy en día solo somos números asociados a nuestras motos, y como decía al principio, nuestro motor ruge a mitad de la noche como un león hambriento, y así atemorizamos a los mutantes, seres peligrosos y carroñeros, que buscan robarnos la poca comida que queda en conservas, diseminada por diferentes lugares de la urbe. Pero nosotros no lo vamos a permitir. Los cegaremos y luego aplastaremos sus cucarachosas y horribles cabezas.
Número 8 me informa que su detector de movimiento le indica perturbaciones dentro del mini mercado de la empalizada norte. Arremetemos con nuestras ruidosas máquinas hacia allá. Un poco de violencia extrema es ideal para empezar la noche y saciar nuestra sed de muerte y destrucción.
Pero número 12 se adelanta mas de lo que debe, enloquecido por la adrenalina. Nosotros lo entendemos, pero no es sabio mandarse solo. Nuestro tiempo es tiempo de movimiento en manada, el lobo solitario, no sobrevive el invierno. Eso es ley. Ya todos nosotros lo sabemos y tenemos grabado a fuego en nuestra memoria. Sin embargo siempre aparece alguno que quiere transgredir las reglas y mal acaba. Hace algunos años, desapareció el número 1. Todos sabemos que fue secuestrado por los mutantes. Y los mutantes nunca devuelven a sus presas. Víctima de alguna especie de canibalismo ritual, encontramos en la noche clara, restos de su traje de neón y algunos cabellos dorados, iguales a los de él. En fin... el que solo se manda, solo muere.
Por eso, número 12 no debería haberse adelantando, entregándose a sus instintos básicos, tan fácil. Nosotros le intentamos dar alcance, pero para cuando llegamos ya se había metido dentro del mini mercado.  Le dije a 20, el menor de nosotros que se quedara afuera vigilando las choperas e informando si algo sucedía. Entramos con 8 y encendimos nuestros turbo aulladores para destrozar de sonido y luz a nuestro sigiloso enemigo. El minimercado estaba sumido en la mas abyecta de las oscuridades. Se escuchaban ruidos cercanos como de alguien abriendo bolsas de papafritas y latas. Como si estuviera por empezar un gran picnic del terror. Nos acercamos iluminando todo nuestro entorno y contorno. Pasamos frente a una vidriera y vimos nuestros cuerpos iluminados con luces violáceas de neón poderoso. Nos sentimos invencibles y avanzamos. Pero entonces el ruido, se detuvo. Llamamos a número 12, y el ruido de bolsa de papafritas continuó de un modo, de verdad molesto e irritante. Cuando llegamos a la vuelta de unas góndolas, cargadas con latas de conservas viejas y oxidadas, vimos dos puntos rojos luminosos en un rincón tan oscuro que no pudimos mandarle nuestra luz. Los ojos rojos, de repente se nos vinieron encima, y una especie de bola negra pasó como a través de número ocho, y con un movimiento tan rápido como imperceptible, lo rebanó en dos, cortándolo por la mitad exacta. Y yo me quedé congelado de miedo, cuando la bola negra daba la vuelta para encararme a mí, solo atiné a lanzarme de palomita hacia la góndola de latas viejas, que se me vino encima con toda la mampostería, aplastándome y haciéndome re contra mierda. Me arrastré como pude por el piso, mientras escuchaba zizeos horripilantes a mi alrededor. Me levanté como pude y cuando estaba llegando a la puerta me sentí rodeado por miles de ojos rojos. Era mi puto fin. Le dí máxima potencia a mi luminosidad, provocando un estallido cegador, incluso para mí, y de un salto crucé el umbral de la muerte hacia la vida. Me choqué de cabeza contra la moto del fallecido número ocho, y lo puteé en cuatro colores. Sangraba por todos lados. Sentía mucho dolor y ganas de morir de una buena vez. Levanté un brazo de forma inconsciente para ser levantado por número 20, pero la demora me hizo sospechar. Número 20 tampoco estaba allí, pero al menos no se habían llevado nuestras motos. Repté como uno de estos seres inmundos que cada día se están haciendo mas fuertes y menos sensibles a nuestras luces, y me subí a mi moto. Lo único que me da seguridad en un mundo inseguro y terminado. A veces siento que soy la insistencia de un fracaso. El boxeador nockeado que se resiste a quedarse en la lona. Como si este mundo ya no nos perteneciera, y fuéramos los únicos en no querer admitirlo. Como alguna vez me dijo mi abuelo. El orgullo es el peor mal de la humanidad. Sin eso, no existirían todo los demás males del hombre. Ahora lo entendía un poco mas. Pero de todos modos, no me iba a rendir al sentimiento derrotista que habían abrazado mis padres al quedarse en el refugio y decir que la superficie ya no nos pertenecía. Que era mejor guardarse y abandonar las esperanzas de recuperar un mundo perdido. !A la mierda con todo eso! Este mundo es nuestro y siempre lo va a ser! Entonces, justo en ese pico de euforia, salen los mutantes del mini mercado, haciendo esos feos sonidos guturales. En dos movimientos saco una de las pocas ametralladoras que poseemos, y empiezo un verdadero reguero de sangre todo a mi alrededor. Explotan y crujen como cucarachas. Salen de las grandes y de las chiquitas. Solo tienen hambre. No me importa. Son mutantes asquerosos. Perdieron la forma humana por ser pobres y estúpidos. No me interesan. Mueren! Mueran! Desaparezcan! Insectos! Monstruos! Ahhhgghhkjjj!
Luego arranco el motor de mi moto y escapo hacia el refugio. Es hora de buscar refuerzos y dar una buena represalia a estos mutantes asquerosos.
3.
Cuando llego al refugio están todos muertos. Todos. Mis padres, mis abuelos, mis hermanos. No existe mas que un todo, en nosotros, y el resto de nosotros está destruido.
Todo revuelto, sucio, aplastado. Como si un gran huracán de mierda hubiese pasado por ahí. Trato de comunicarme con otros chavales de neón, de ciudades aledañas pero no hay respuesta. Entonces entiendo que estoy solo y no tengo mucha salvación. Los mutantes dejaron de ser un divertimento para convertirse en un verdadero problema. Una plaga no solo difícil de erradicar, sino demasiado peligrosa.
No tengo tiempo de llorar a mis muertos. En ese momento una bola negra rueda frente a mí, saliendo de las sombras. Se desenrolla y levanta, como un bicho bolita. !Es el maldito número 1!
-!Hola número 10! Espero que no te sientas mas ante este panorama un tanto desolador. Pero la cuestión es que ustedes, los auto llamados "chavales" estaban convirtiéndose en una molestia para nosotros.
Detrás de él aparecen entre veinte y treinta mutantes. Número 1 está cambiando. Su cuerpo está cubierto de una especie de caparazón de insecto, barro y musgo verde fosforescente.
-¿Como carajos fue que te pasaste al lado oscuro número 1? Vos solías ser la esperanza de nuestro grupo. Nuestro líder natural.
Mmmm si. Quizás. Pero creo que me cansé de ser el líder de un grupo de malcriados en motos. Herederos de los verdaderos culpables de la destrucción del mundo. Acá afuera, en la calle, nosotros, los chacales nos alimentamos de las sobras de un mundo perdido, sin dañar a nadie. En cambio, ustedes solo quieren seguir dañando, matando, destruyendo. Ustedes son el cáncer del mundo, y es hora de ponerle una solución drástica y final al problema.
-Sos un traidor de mierda número 1. No mereces piedad. Te reto a una lucha de motos en el risco de la muerte impiadosa.
-Pss... Nah! ¿Para que? Ustedes están llenos de aquellos estúpidos vicios del mundo viejo. Coraje, valentía, heroísmo. En el nuevo mundo, nada de eso importa, solo sobrevivir. Y si vos podes sobrevivir a base de carroña como nosotros, podes ser parte de nuestro grupo. Sino, bueno... te enfrentarás a tu destino.
-Jamás! traidor... pagarás por tus felonías...
-Muchachos... y número 1 chasqueó los dedos.
Todos los mutantes se convirtieron en una gran ola negra de seres revulsivos y cayeron sobre mí como una avalancha, destrozándome en mil partes y comiendo mi carne hasta mis huesos. El cerebro quedó para el fin, y el honor de comerlo lo tuvo el número 1 por supuesto. En definitiva, siempre habrá alguien arriba que se lleve la mejor parte. 

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