viernes, 28 de marzo de 2014

Apendicitis con cuchillo y tenedor


Hace poco mas de ocho años tuve apendicitis aguda. Casi muero. De amor...
Porque en aquel entonces tuve mi primer amor fuerte. Mi primer enamoramiento. Mi primer ruptura dolorosa seria. No era mi primera novia, no era con quien perdí la virginidad ¿perder? No salimos años, apenas algunos meses. Un verdadero y literal amor de primavera.
Una tarde en la casa de sus abuelos nos pusimos a hablar de cosas varias. Preparó un café con leche. Comimos algunas galletitas. Me dijo que no quería seguir saliendo conmigo porque se volvía a Salta e iba a pasar todo el verano allá. No daba seguir algo a distancia. La lógica y mi propio criterio le daban la razón. Sin embargo en mis breves 22 años no lo quise ver así. No lo quise entender. Lloré. Ella no. Me fui triste a mi casa. Esa noche no cené. Me fui a la cama a dormir.
Al otro día era feriado. De esos que no queda otra alternativa que sufrirlos. Me levanté con un malestar en el estómago. A la tarde tenía que ir a trabajar a un cutre call center. Me acuerdo que me visitó mi abuela aquel día (que Dios la tenga en la gloria).
El dolor no era muy identificable pero se hacía mas agudo a cada momento. Sufría, pedía a gritos un calmante. Un aliciente que pudiera paliar mi dolor. Mi doble dolor. Físico y del alma.
Me llevaron al hospital. En la guarda hice cola para ser atendido, pero la mayoría eran skaters con leves raspones de sus torpes caídas en el Parque Centenario.
Hasta que se dieron cuenta pasaron los minutos mas infernales de mi vida. El dolor me doblaba literalmente de dolor. No podía pararme ya siquiera.
Me dejaron pasar. Un médico me revisó, le pedí ayuda. Dijo que era una grastroenteritis nomás. UN reliverán y un buscapina y chau. Cualquier cosa que vuelva.
Tomé todo lo que me dijo, pero para la tarde seguía hecho una piltrafa. Ya no podía pensar del dolor. Estaba suspendido en una especie de limbo. Había caído en alguno de los círculos del infierno. Seguro.
Me llevaron de nuevo. Esta ves con mas discernimiento y pujanza. Me hicieron pasar en un estado casi agónico y fui rápidamente abandonado en una camilla.
El diagnóstico había sido equivocado. Me mandaron a hacer radiografías, extracciones de sangre y exámenes de orina. No se como pude moverme. Creo que hacía varias horas que ya ni hablaba y me movía como un zombi ajeno al mundo circundante. Podrían haberme cercenado, castrado y mutilado que ya no sentía nada. Estaba embotado.
Finalmente me vió el cirujano, luego de haber quedado tendido por horas en una camilla como Renton en Trainspotting. Hizo la famosa técnica del soltado en la zona de complicación. Su diagnóstico? Apendicitis, un corazón roto y un mal diagnóstico.
Entonces se preparó todo para la operación de urgencia. La cosa era grave. Si no operaban ya, se podía infectar y terminar muriendo por necrosis interna. Ok, nunca me sentí tan cerca de la muerte.
Tenía miedo y a la vez una vaga excitación por entrar a un quirófano y ser operado por primera vez.
Pedí calmantes pero me los negaron. Luego me suministraron una inyección en la nalga blanca. Su pinchazo fue irrisorio en comparación al sufrimiento vivido.
Pasé a un cuarto donde me dijeron que me desnudara todo y me pusiera una especie de toga descartable y altamente transparente. Me daba verguenza. Pero todo dolor puede mas que todo pudor imbécil.
Una vez en la sala de operaciones me vi rodeado de médicos. Había uno que llevaba la posta. Tuve un leve temor. Me dijeron algunas palabras tranquilizadoras. Me sentí en buenas manos, no se porque, pero confié en ellos. ¿Tenía opción?
Me pusieron una mascarilla en la cara. El famoso anestésico total. Me dijeron que contara hasta diez. Me reí y empece a contar pensado que no pasaba nada. A los cuatro segundos se hizo el negro total.
...
No recuerdo ningún sueño de aquel apagón. Creo que me habían mandando mas profundo de lo que nunca había estado.
Cuando abrí los ojos por primera vez me vi siendo transportado en una camilla por pasillos y ascensores del hospitales, con algunas caras que no pude reconocer jamás. Volví a dormirme.
Cuando desperté de nuevo, estaba en un cuarto oscuro y mi padre estaba a mi lado. Me dijo algunas palabras suaves y me dormí de nuevo.
Al otro día desperté y tenía a mi familia conmigo. Me visitaron mis amigos, mi abuela, mi hermano, mi prima y hasta ella. Me sentí muy querido por todos. Y mas allá de aquel mal trago me sirvió para darme cuenta que aunque sean pocos, o me se hayan alejado de mí, aquellos que quiero me quieren y yo los quiero.
Luego pasaron muchas otras cosas, pero que son parte de otro capítulo de mi vida.
Estuve internado tres días y luego a casa. Me quedó una hermosa y roja cicatriz cerca de mi pelvis. La doctora me dijo que con el tiempo se iría, pero yo sabía que no era verdad. Esa marca me acompaña igual desde el primer día que la tengo. Esa marca es mi primer corte, es mi primera operación, es mi primer herida por amor y la llevo orgulloso hacia mi destino final.

1 comentario:

jlc dijo...

mi QUERIDO HIJO SANTIAGO.