martes, 20 de agosto de 2013

Un día en la vida


Estoy sentado en un banco de plaza, pero frente a un shopping. La gente entra y sale del mismo. Pienso en lo que podría comer si tuviera hambre pero no la tengo. Solo tengo remordimiento y culpa. Los vestigios de una pelea en el colectivo y una inseguridad latente respecto a mi porvenir laboral. Sigo mirando a la gente. Ellos no tienen problemas. O si. Pero vistos desde afuera, son gente común, sin problemas, que pasea, va al cine, miran una peli, salen, van a cenar, se llenan, gastan plata, entran a la librería, se compran libros, pasean por ahí, vuelven a sus casa, hacen el amor, garchan, miran la tele. comen un tentempié, toman agua, miran otra peli, duermen, sueñan con sus amores inconfesables, se despiertan... etc.

Yo sigo mirando gente que pasea. Algún que otro borracho y un empleado de seguridad que inmediatamente arma todo un operativo alrededor de algún pobre croto solo porque está aburrido. Para que el tiempo pase mas rápido. Cuando trabajamos queremos que el tiempo pase rápido, ahora cuando encontramos alguna cana nueva o arruga que antes no estaba ahí, queremos que el tiempo sea lento. El tiempo es veloz, y a la vez no lo es. Está todo el en la mente decía Harrison.

Un niño pasa con su padre de la mano frente a mi. Es el mismo niño de la semana pasada, o quizás es otro, pero hace lo mismo que el anterior. Juega a pisar las luces azules que surcan el piso del Village. Como si al pisarlas se apagaran. Uno de chico vive en micro mundos de fantasía donde cada uno impone sus propias reglas. Luego llegan los adultos con sus vidas amargas y frustradas y te cagan la milanesa. Te quieren convertir en uno de ellos. Le quitan todo lo misterioso y mágico que tiene el mundo.

Yo sigo mirando gente que pasea...


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