lunes, 27 de enero de 2025

De La Boca al Bolsón y viceversa

 


Ese año 99 fue toda una experiencia. Para cuando llegamos a fin de año, las noticias eran inmejorables. Habría un campamento de verano en el Sur, la Patagonia, ese lugar que todos decían era el más hermoso de nuestro país, y eso ya es mucho decir. Por suerte había vuelto a los Scouts ese año y me lo agradecí eternamente. Estaba claro que habiendo repetido y no teniendo mucha onda con mis nuevos compañeros de colegio, además de que mis padres no tenían un mango, no iría de viaje de egresados en quinto a Bariló. Lo suponía y tampoco me importaba mucho y más desde que supe el inmejorable destino del campamento Scout. Hacía tres años que no me iba con ellos a dicho campamento, ya que los dos último veranos no había estado yendo mucho al Grupo y mis viejos no tenían un mango. Solo atinamos a ir a lo de mis abuelos en Mardel, como en mi infancia. Estaba bien, siempre me encantó ir a Mardel, pero ahora quería conocer otros destinos y el sur parecía algo muy prometedor. El último campamento de verano que había ido fue el del famoso campamento Krusty en Tandil. Donde un temporal nos destruyó las carpas y un zoquete me tiró aceite hirviendo en el brazo. Todavía tenía una marca como de una gota oscura en mi antebrazo derecho. Este campamento esperaba no tener ningún tipo de percance. 

Como había terminado segundo (bis) y pasado, finalmente, a tercer año, mis viejos me dieron la grata noticia de que podrían mandarme al campamento Scout. Estaba alucinado, no caía de mi asombro y mi alegría era total. Hicimos ferias del plato a la salida de la misa de los domingos, hicimos la kermese de fin de año donde teníamos que ponernos ropa de mujer porque al parecer era divertido jugar a eso. Juntamos fondos como pudimos y finalmente, estaba todo dado para irnos, pero antes, un paréntesis. 

Es inevitable mencionar que con el fin del 99 se terminaba no sólo una década de Menemismo abyecto y barato, sino que se terminaba un siglo, y un milenio. Nadie lo pensaba mucho pero ese milenio había comenzado cuando en Europa andaban con el asunto de las Cruzadas. En fin, datos... Había muca paranoia respecto de lo que podía pasar cuando comenzara el año 2000. Algunos decían que las máquinas se volverían locas, que volverían al año 1900... otros, los mas sacados, que un meteorito caería o que explotarían las bombas y otros, como yo, pensábamos que nada iba pasar. Y nada pasó. El 2000 lo recibí en familia, viendo la tele o algo así. Recuerdo muchos fuegos artificiales y poco más. Al otro día, o sea el 1º de enero, nos fuímos relativamente temprano con mis viejos a una quinta de unos amigos de mis viejos. Recuerdo que ese día jugué con mi viejo un partido de fútbol por última vez ya que se esguinzó y nunca más volvimos a jugar. 

A los dos días de eso, el 3 de enero, me fuí a La Boca para emprender el largo viaje en micro hacia El Bolsón. O al menos, ahí es donde en principio íbamos a ir. Sería un campamento de poco más de una semana y el entusiasmo era general. Salimos de la avenida Paseo Colón, frente al Parque Lezama, donde había un famoso edificio tomado que ya han tirado abajo hace unos años. Había dos micros esperándonos, o más bien debería decir que había un micro y una especie de Combi un poco más grande. Los vehículos se veían bastante destartalados pero a nadie le importaba. Recuerdo que la partida se demoró no sé por qué asunto, si faltaba nafta o si esperaban a alguien más. En la lotería solar de Babilonia a mí me tocó viajar en la Combi. Manejaba Alberto, el marido de Celia, mi antigua dirigente de los Lobatos o Akela. El viaje duraba aproximadamente un día pero no sé si lo teníamos muy en claro. Nunca, hasta ese momento, había viajado tantas horas para ir a un lugar, pero como dije antes, el entusiasmo superaba todo escollo menor. Guardé mi mochila y una flamante bolsa de dormir térmica que me compraron mis padres para la ocasión. UN poco grande y pesada, pero abrigada como ella sola. El viaje comenzó saliendo de Capital, cruzando el Conu, y emprendiendo alguna ruta argentina hacia el sur. Más Almendrino imposible. Nuestro viejo grabador fué con nosotros, amenizando el viaje y alguien, que no recuerdo quien, llevó un cassette de Creedence, o mejor dicho, como le habían escrito en birome: Cridens. Para la noche habíamos llegado a Santa Rosa en La Pampa y pudimos bajar un rato a estirar las piernas. La comodidad de la combi era casi nula, sobre todo para un viaje tan largo como ese. Luego de comer y hacer algunos chistes y fumar algunos puchos, yo no, ellos, volvimos al ruedo. Cuando desperté al día siguiente, el camino ya se veía un poco más montañoso y para el mediodía parecía que estábamos llegando porque los caminos de ripio nos mostraban ahí abajo varios lagos, o el lago mejor dicho: El famoso Nahuel Huapi. Alguien puso un tema para la ocasión, Estamos llegando de Viejas locas, tema que habría el último disco de la banda de Piedrabuena, Especial, del 99.

Cuando arribamos a Bariloche me sentía demasiado feliz. Era como esperaba. Pinos, lago azul, clima agradable, y en el Centro cívico unos perros San Bernardo con un tonelito de madera en el cuello. Nunca más volví a ver algo así en mis idas posteriores a Barilcohe. Bueno, fuimos a almorzar y pasear un rato por la bella ciudad Patagónica. Después nos volvieron a subir al micro y otra vez viajar. Dos horas después llegábamos al Bolsón, pero seguimos de largo. Nos enteramos que no íbamos a parar ahí sino aún más al sur, en un lugar conocido como El Hoyo. Bromas y chistes aparte, alguno se sacó una foto con el cartel de fondo, llegamos una hora después más, a un predio de Gendarmería que ahora sí parecía nuestro destino final. Era una especie de ecuela de Gendarmes, pero el lugar era enorme y pudimos buscar zonas más arboladas de los bosques aledaños. Nosotros pusimos nuestra carpa Raider en una zona bien furtiva, con vista a un cerro majestuoso. Todos estábamos demasiado extasiados por el lugar como para que hubieran problemas y hasta Rodrigo, que siempre buscaba quilombo, parecía calmo como un tierno mancebo puritano. Esa noche comimos dentro del lugar, en un gran comedor. Todos estábamos cansados y esa noche descubrí la verdadera magia de la Patagonia; eran las diez de la noche y todavía había luz. 

Las noches patagónicas, o al menos ese verano, en ese lugar, eran frías. Bastante frías. De día, a medida que el Sol avanzaba el clima se iba poniendo lindo hasta que al mediodía podían llegar a unos lindos 25 grados, pero luego comenzaba a descender y a la noche podían hacer hasta 4 grados. Recuerdo estar sentado frente al fuego y sentir que me quemaba la cara o manos, y en mi espalda un frío lacerante. En mis viajes posteriores a la Patagonia nunca volví a experimentar cambios de clima tan radicales. Pasarían nueve años para que volviera a esos parajes, pero esa es otra historia ya contada. En el camping Scouts, nos dedicamos a nuestros juegos habituales, actividades con el grupo, salidas a caminar y jugar a la pelota, obvio. Uno de aquellos días nos metimos en un arroyo que cruzaba el predio. Las aguas corrían fuertes y eran frías, como cualquier agua de deshielo, pero nos la bancamos y pasamos genial, dejándonos llevar un poco por la corriente de a momentos. Al final, Bernie nos llamó y terminó aquella diversión. Fuimos a caminar por todos los alrededores y nos llevaron a unas granjas donde se cultivaban todo tipo de grosellas y frutos rojos como moras, arándanos y frambuesas. Nos colgamos literal de los árboles y arbustos, comiendo como desaforados la fruta que da natura. Nuestras manos y bocas quedaron violetas, y nuestros estómagos un poco fatigados de tanta fructosa. 

En la mitad del campamento hicimos una excursión a un refugio de montaña cerca de Puerto Patriada. Como los Gendarmes eran los anfitriones nos llevaron a un lugar que era de ellos, y luego de cruzar montes y montañas, observar a la naturaleza en su máxima expresión y pensar para mis adentros... que idiota que no llevé una cámara de fotos. Al fin, a la noche llegamos a una gran cabaña donde pasaríamos la noche, no sin antes comer. Nos sentamos en unas mesas largas de madera y creo que comimos patis o algo así. Yo, y creo que todos, estábamos siempre hambrientos porque al no estar uno en su casa, no puede comer cuando le viene en gana, y hacer tanta actividad al aire libre cansa y abre el apetito como mil diablos. Mientras comía hice un moderado provecho o eructo, todos seguían en la suya menos uno de los Rover qu estaba sentado enfrente mío. Un tal Luis Cansado. Me miró con odio y me gritó ¿que haces forro de mierda? Que me eructas en la cara? Hijo de puta! Te voy a cagar a trompadas pendejo de mierda y bal bla bla. Yo me quedé frizado ante ese arrebato de locura y violencia. Básciamente porque estaba a por lo menos un metro de distancia y era imposible que le hubiera eructado en la cara. Me quedé callado del miedo, esperando que alguien lo parara, pero no había un dirigente cerca y creo que algún amigo suyo recién le dijo que se calmara, pero ese Luis Casado era una especie de mongoloide, un bruto neandertal que le gustaba amedrentar y patotear a pibes más chicos que él. Al final me quedé tan frikeado con eso que, lamentablemente, es uno de los recuerdos más vivos que tengo de ese campamento. Por lo violento e inesperado, pero también porque sería una de las primeras veces que sentía que se cometía una injusticia conmigo a colación de nada y por nada. Y me sentí tan angustiado de no poder defenderme que me dejó un muy mal recuerdo hasta hoy día. 

Sacando esa estupidez, el campamento estuvo bárbaro. Otro día fuimos finalmente al Bolsón, el famoso pueblo hippie, o que yo al menos creía que era así. Me gustó pero no me voló la cabeza, aunque con los años, cuando volviera solo lo disfrutaría de otra manera. Fuimos uno de esos días en que hay feria y nos la pasamos genial. Le compré un platito de madera a mi vieja, muy modesto, como un recuerdito del Bolsón. Tenía poca plata, algunos pocos pesos y eso era todo. En general, nadie iba con plata a esos campamentos, pero yo me había llevado algunos pesitos por si las dudas. Después de eso me quedaban veinte pesos, el afamado Rosas, que perdí en algún lugar del camping. Pregunté a mis compas si alguno había visto esa plata pero esa pregunta molestó a Rodrigo y su fiel ladero Pablo, que volvieron a malaondearse con nosotros. Hablo de aquella vieja disputa de Charrúas versus Onas. Ya quedaban pocos días de campamento y las tensiones volvían a aflorar entre nosotros. Pero no hubo ningún desmán por suerte. Una de las últimas noches, Leo, uno de los Rovers más grandes había llegado al final del camino Scout y tenía que hacer su totemnización, que además consistía en ir a pasar la noche a algún lugar recóndito y pasar la noche en vela. En este caso consistió en escalar la montaña que estaba más cercana a nosotros y pasar la noche ahí, a modo de superviviencia. Recuerdo ver el momento en que partió y después de un rato volver a mirar la montaña y verlo muy chiquitito, casi como una hormiga subiendo lenta pero firmemente. Les indiqué a mis cofrades y varios son los quie pudieron verlo. En ese momento quise poder hacer algo así, poder llegar a ese punto también, a vivir una experiencia así, como una especie de rito de iniciación o de traspaso, a otra etapa... A la noche pudimos ver un pequeño fueguito en la ladera de aquella oscura montaña. Leo la debería estar pasando bastante bien. 

Cuando llegó la hora de volver, el encanto o idilio se terminó. Hubo que volver a la realidad y no quedaba otra que levantar campamento. La experiencia había sido maravillosa, pero esta vez no me esperaban en casa para llevarme a Mardel, para descansar de la vacación. Ese verano había una sequía presupuestaria muy fuerte y me quedaba volver a casa y seguir el verano en CABA. A muchos de nosotros eso nos rompía las guindas y a más de uno le generaba un odio viseral. En el viaje de vuelta hicimos una parada estratégica en los baños de algún paraje perdido de Neuquén. Fuimos al baño y recuerdo que Rodrigo y Pablo no me hablaban desde lo del billete de veinte pesos, y parecían siempre a punto de cagarme a palos. Fuimos a echar un cloro y a lavarnos las manos y la tensión se respiraba en el aire. En eso salimos y un grupito de pendejos lugareños nos miraban con cara de malos. Rodrigo, que necesitaba canalizar su enojo los fué a patotear. Los pibes no se amedrentaron, y eso a Rodrigo lo puso peor, les dijo que éramos de La Boca a lo que los pibes respondieron muy elocuentes: Y a mí que calienta??? Rdodrigo echaba espuma por la boca, estaba enojadísimo porque su referencia barrial no era nada en un lugar tan áspero y lejano como ese. Pablo se lo tuvo que llevar a las rastras para que no se armara una pelea y Rodrigo seguía haciendo burla de la forma de hablar de los neuquinos pero éstos no se inmutaron. Los Charrúas se habían encontrado con veraderos Mapuches y no habían hecho más que pasar verguenza. Nosotros los Onas nos mantuvimos neutrales y nos fuímos riendo de todo lo absurdo de aquella pelea. Pero entendimos, o entendí, que ese enojo era por volver, muchas veces a hogares de mierda, fracturados, quebrados, deprimentes. Mientras nosotros nos volvíamos a encerrar en la triste suburbia, los pendejos neuquinos podían irse a meter al lago o arrollo más cercano que se les cantara los quinotos. Y así fué, mi último gran campamento con los Scouts y mi primer viaje al Sur. 



jueves, 23 de enero de 2025

Nosotros los Onas

Así empezó todo en ese 1999, recursaba segundo año y me convertía en Guía de Los Onas. Eso significaba cierto grado de responsabilidad, y de verdad, era algo que necesitaba. Siempre había lidiado con esos comentarios de que los leoninos son líderes naturales. Es cierto, se me da natural mover a las masas... pero el tema es que muchas veces, esos puestos de conducción me han sido esquivos. Me pasaba en aquel entonces y me sigue pasando ahora. Existe cierta reticencia a legarme el poder, cierto miedo y rechazo, como si todos temieran que me convirtiera en un déspota, un Napoleón de Pompeya. O quizás, también miedo a sentirse opacados antes un brillo y potencial del todo natural. Uno a veces nace con el hado de la conducción, pero otros sienten que tienen que luchar por conseguir eso. No está mal ni una cosa ni la otra. Pero creo que por un lado luchar contra aquel que tiene el talento innato es una torpe mezquindad, y por otro lado no esforzarse porque uno ya lo tiene inherente, también es mezquino. 

La cuestión es que en ese momento se me abrió la posibilidad de ser guía. Con el quilombo de Nico, nuestro encuentro fué providencial, él no sentía tanta culpa por dejar el grupo (era una de las personas que más amaba ser Scout), y a mi se me daba una oportunidad que siempre parecía rehuirme. Por suerte lo vi en el momento y en verdad me vino bárbaro. En ese momento que venía golpeado por repetir de año y tenía el ego bastante pisoteado, necesitaba un desafío para demostrarme a mí mismo que podía con eso. Y me lo tomé muy en serio. 

Al volver al grupo en Marzo de ese último año de los noventas, me encontré con un grupo Scout un poco diferente. Faltaban muchas caras clásicas y en cambio había algunas caras nuevas. Había perdido casi dos años de ir muy de vez en cuando y no estaba muy al tanto de todo. Pero cuando regresé en los Raiders me esperaba el viejo Bernie, el mismo que me había recibido el primer día que fuí a los Scouts en una lejana tarde de verano de 1993. Bernie estaba siempre igual... ya sabemos eso. Y ya había hablado con Nicolás así que estaba al tanto del paso de mando y en momentos de crisis mejor apechugar. A mi cargo quedaba entonces la patrulla de los Onas, que antes estuviera a cargo de Nico. Por otro lado, el hermano menor de Nico, Rodrigo, se quedaba al mando de la otra patrulla, los Charrúas. Ambos éramos dos ovejas negras, dos rebeldes sin causa, aunque de diferentes estilos. Pero a ambos nos venía de pelos este nuevo desafío. Era nuestra oportunidad de demostrar que servíamos para algo y que teníamos madera de líder. No tardo mucho para que Rodrigo comenzara una exasperante carrera competitiva hacia mí. Las bardeadas y los cánticos de que ellos (los Charrúas) eran mejor que nosotros, los Onas. Que estábamos extintos y paparruchadas por el estilo. Nosotros para no quedarnos atrás les mojábamos la oreja diciendo que ellos ni siquiera eran argentinos, sino yoruguas. 

El año empezó bien en cuanto al grupo y a los Raiders. Comenzamos con el pié derecho y fuímos logrando de a poco reordenar un poco el caos que habían dejado Pato y Nico, o mñas bien la ausencia de comando. Ambos nos impusimos, cada uno con su estilo. Rodrigo a base de agresividad y amenazas, yo intenté un ángulo un poco más como Nico, más amigable y cercano. Ambos habíamos heredado un poco el estilo de nuestros antecesesores, pero de a poco fuimos llevando las cosas hacia un estilo más personal. Mi segundo al mando era mi compa del colegio, Gabi o Gaviota como le decíamos. Era un muchachote grandote pero demasiado bueno, y más allá de su fuerza bruta, le faltaba carácter para conducir. Pero como subguía y dado la amistad y confianza que nos teníamos, me servía a mis propósitos. Sin embargo, pronto me dí cuenta que estaría muy solo respecto a muchas cosas. Bernardo nos exigió que tomáramos la Tercera Clase, un distintivo que muestra la maestría Scout, luego del uniforme y la Promesa. Nadie tenía muchas ganas de estudios extra, pero ahí fuimos. Hicimos las tareas y Bernardo nos premió a todos con la Tercera, sin mucho esfuerzo de nuestra parte. Algunos más grandes del grupo nos jodían diciendo que Bernie nos la había regalado. De alguna manera era cierto, pero hoy con los años, entiendo que el viejo nos quizo dar una especie de incentivo, algo que nos motivara para comprometernos más. 

A lo largo de ese 1999 que se hizo muy extenso, fuímos organizando diferentes actividades. Fuimos a varios campamentos de fin de semana. La realidad es que los sábados en el grupo eran un tedio para nosotros que estábamos transitando una edad muy complicada. Era difícil para Bernie sacarnos de la idea de que jugáramos al fútbol buena parte del sábado. Además, habíamos conseguido un destartalado equipo de música y de a poco empezamos a escuchar música. Yo llevaba cassettes de Ac/Dc que al principio Rodrigo me criticaba. Él sólo quería que escucháramos a Los Redondos. Pero mi insistencia y quizás algún comentario de alguien que los validó, hizo que de a poco Rodrigo se fuera, no sólo amigando sino haciéndose fan del quintento de Australia. 

Los campamentos de ese años los recuerdo muy borrosos, porque hubo más de uno y no me queda ningún pin o cartelito de los mismos. Sí sé que fuímos una o más veces a un predio de La Martona. En uno de esos primeros campamentos había un grupito de chicas nuevas. Y si bien ellas tenían a su dirigente, estábamos juntos la mayor parte del tiempo. Recuerdo que duraron muy poco tiempo, quizás algunos meses, o semanas quizás. Nuestra tropa de Raiders, los Puelches, que éramos los Charrúas y los Onas juntos, éramos muy cerrados con las chicas y con el resto del grupo. Éramos la rama conflictiva, la de los adolescentes en la flor y nata de ese tremendo estadío. Y recuerdo que Pollo, el dirigente que seguía en la rama Scout, para defenderse de nuestros cánticos (todos de cancha porque Rodrigo era una especie de aprendíz de barrabrava de Boca), nos cantaba con sus chicos un muy tímido e ingenuo... B.P. no los creó, B.P. no los creó... B.P. por Baden Powell, el fundador del Movimiento Scout. Al parecer había creado la rama Scout y la de Lobatos, los Raiders habrán venido después por alguna lógica necesidad de separar más por edades a los preadolescentes de los adolescentes. Una enorme zoncera que creo que a todos nos daba verguenza ajena, empezando por sus propios Scouts. 

Algo cambiamos cuando Rodrigo y yo comenzamos. Dejamos las endemoniadas golpizas para los que entraban a los Raiders y quedó en alguna breve zancadilla o malteada. Yo por mi parte me obsesioné con la tribu Ona y quería buscarme algún nombre indio para mi Totemnización. Esto era algo que en realidad se hacía al finalizar los Rover, la última rama Scout. Pero nosotros buscamos hacer una especie de pre totemnización. Me fuí una tarde al Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, ahí por la calle Moreno en pleno barrio de Monserrat. Fue una experiencia que recuerdo bastante porque fuí el único zoquete que se tomó todo aquello en serio. Era una tarde nublada, de esas en la que amenaza la tormenta. Nunca había ido a ese museo que está lleno de máscaras aborigenes, totems y un montón de cosas de culturas originarias. El lugar me flasheó un montón y cuando me acerqué a la biblioteca fue lo mejor. Pedí un diccionario de lenguas aborígenes y castellano. Solo tenían uno del Mapuche-Español, y me tuve que conformar con eso. Busqué a mi animal favorito, el león, pero en estas tierras sólo existían los felinos más pequeños como el jaguar o el puma. éste último llamado Pangui. Me fuí del museo contento por ser Pangui pero al final nunca hicimos lo de la totemnización y aquel nombre solo quedó guardado en mi memoria, como algo entre yo y yo. 

El fin de semana largo de agosto, justo caía mi cumpleaños y fuimos de campamento a La Martona, otra vez. Aquel camping estuvo bueno y creo que fué la única vez que pasé mi cumpleaños fuera de mi casa o de Buenos Aires. Me fuí caminando al lado de una ruta hasta un almacén donde compré una torta hecha y un pote de dulce de leche. Festejamos tranqui y fue algo diferente. Por la noche, puse en el equipito un cassette con un disco de Los Doors que había copiado. Era en vivo y sonaba el tema La colina Dwellers, con cierto toque tribal. Bumbumbum bum bum bum... y todos nos pintamos la cara con carbón y comenzamos a bailar alrededor del fuego. Esa noche no peleamos, estábamos poseídos por la música y esa noche fuimos todos hermanos de tribu. Los Puelches unidos, celebrando su ceremonia tribal. 

Yo amaba nuestros banderines, sobre todo el de los Onas, que tenía cocido obre el banderín celeste y blanco, la cara de un indio con felpa como pelito. Al otro día me lo escondieron y otra vez comenzaron los conflictos con Rodrigo que no se hacía cargo de la broma. Estuvimos a punto de agarrarnos a piñas, pero en esos tiempos yo tenía muy poca ira acumulada. No me sentía zarpado (como dicen ahora) que es cuando uno se siente fuerte y valiente, capaz de agarrarse con cualquiera. En esos tiempos yo era más temeroso de las peleas, trataba de evitarlas porque necesitaba estar muy enojado para poder sentirme seguro de luchar y vencer. Pero en esos tiempos la ira no iba tanto conmigo, sino más bien la dispersión y sobre todo la confusión. Al final, todo quedó tenso y al rato fué Pablo Rancho (sub guía de Rodrigo) y quien me hostilizara cuando entré a los Lobatos doblandome siempre el brazo, quien se terminaría trenzando en una pelea con uno de los míos. Era Oliver Edward Arnold, un chico boliviano que era de los Onas y jugaba bastante bien. Rodrigo lo odiaba porque era muy competitivo en todo a lo que equipos o cosas de fútbol conllevara. Yo era de San Lorenzo y siempre me chupó un poco un huevo todo aquello. Me podía llegar a agarrar a piñas más por una banda de música que por un equipo de fútbol. Cuando Pablo y Oliver se trenzaron, se metió Gabo a defender a Oliver y Rodrigo se metió a impedir esto. El viejo Bernie gritaba desesperado de que paráramos de pelear... Raidersss Raiderssss, gritaba el pobre desgraciado, pero nadie hacía caso. Bernie era viejo, tenía la voz gastada y su nombre de Totem era Tortuga Amable, por lo que era muy difícil que pudiera imponer cierto tipo de respeto, o de disciplina. Todos lo queríamos a Bernie porque era buen tipo, pero era imposible que nos pudiera domar. Intenté detener la pelea, pero temía trenzarme a las piñas con Rodrigo, que sentía era lo que él siempre estaba esperando. Siempre me provocaba para que termináramos dirimiendo el liderazgo de los Puelches entre los dos jefecitos de Onas y Charrúas. Pero yo, casi como si fuera Luke Skywalker, evitaba a todo trapo entrar en la pelea o en las provocaciones. No le tenía miedo, pero simplemente no quería pudrir todo en los Scouts como me había pasado en la secundaria. No quería perder eso también porque me hacía bien, así que me quedé en mis trece. En otros tiempos posteriores no me hubiese importado trenzarme en una pelea conm Rodrigo, pero en aquel momento yo no quería y para bailar ) o pelear) se necesitan dos, y yo no le di el gusto. 

Al final todo volvió a la normalidad, y el sábado siguiente seguimos escuchando Ac/Dc, jugando a la pelota y haciendo lo que nos entraba en gana. Era evidente que el grupo Scout comenzaba a preocuparse por esa falta de autoridad en nuestra rama y de a poco se armaba un complot a nuestro alrededor para reconfigurar a ese descarriado grupo de Raiders. Una de la primeras cosas que nos jodió fue que nos cambiaron el nombre, y dijeron que la USCA (Unión de Scouts Católicos Argentinos) se había fusionado con los Scouts laicos para ser una sola asociación nacional, los Scouts Argentinos. Parecía lógica aquella unión, sin embargo nada cambió mucho. Nosotros seguíamos teniendo que ir a la misa de las siete de la tarde y los laicos seguían sin tener que ir a ninguna misa. Pero uno de los cambios más pedorros es que ahora los Raiders nos llamábamos Caminantes. Un nombre que en lo personal yo odiaba, porque me parecía zonzo y común. No me decía nada. En cambio los Raiders sonaba cool y genial, muy Badass. Eran como los Riders of the lost ark, o los Raiders on the storm. Y no era sólo por una cuestión de que quisiera el nombre en inglés sino más bien que de las cuatro ramas, sólo a nosotros nos castellanizaron el nombre. Los Scouts siguieron siendo Scouts y no Exploradores, o los Rovers no fueron Peregrinos. En fin, ese fué para mi el primer indicio de una guerra silenciosa que parte de la cúpula dirigencial nos empezó a largar. Parecía una pavada pero molestaba en verdad. Los adolescentes no quieren cambios, sino profundizarlo todo. Pero en el trajín del paso de aquel año, una buena para mí. Duhalde había perdido las elecciones contra De La Rúa y sentía que se terminaba una etapa nefasta para mi familia y para el país. Mirando un cartel del presidente electo desde el colectivo 46, recuerdo mirarlo y pensar "ojalá no nos cague"...

domingo, 12 de enero de 2025

Un tiempo de confusión


Los Scouts era un lugar de recogimiento, de aprendizaje y también de refugio. Muchos de los pibes que allí asistían tenían la necesidad (o sus padres) de ocupar su tiempo para que no se dedicaran al vagabundeo y la mala vida. Era (y debe seguir siéndolo) un lugar de cierta contención social juvenil. 

Cuando en el 97 ingresé a la secundaria, de a poco empecé a perder interés, muy paulatinamente, en seguir yendo al Grupo Scout. Había comenzado la secundaria, y de a poco los dibujos animados, los juguetes, las historietas (aunque estan perduraron un tiempo más), comenzaron a perder terreno en mis intereses que fueron volcándose más hacia la música, específicamente a guardar chirolas para comprarme mis primeros cedés. Además, remeras de rock, comenzar a intentar tocar la guitarra y eventualmente ir al algún recital. Pero todavia faltaba para eso. Estando en el Fader, hablando con mis compas, comenzamos a pergueñar hacer una banda. Ahí comenzaron los problemas porque todos apuntaban el sábado como día ideal para juntarse a tocar. Al principio, yo me despegaba del asunto diciendo que no podía por a o por b. Uno comenzó a sospechar y señalarme de por qué no podía juntarme nunca los sábados. Yo inventaba excusas diferentes siempre, hasta que un día se me escapó lo de los Scouts. Comenzaron las bromas y gastadas pero traté de enmendar el asunto diciendo que había sido Scout pero ahora no. Faltaba probarlo claro y de a poco comencé a faltar los sábados al grupo. Los primeros cuatro años del 93 al 96 no había faltado casi nunca, pero a partir de mediados del 97 emepcé a faltar cada vez más seguido, al punto que para fin de año ni sabía a donde se iban de campamento de verano. Había perdido el interés, amén de que me había llevado varias materias a marzo y tuve que romperme el lomo aquella vacación en Mardel estudiando para no repetir. Mientras comenzaba a juntarme más con mis compas del colegio para ensayar en nuestra banda Celtha. Tratábamos de hacer algunos covers de rock nacional con un chico que tocaba un redoblante, otro una guitarra y yo también, pero como no era muy bueno me dijeron que solo cantara. Así lo hice y de a poco comenzó ese viaje rockeril. En noviembre fuimos con mi viejo a ver al Flaco que tocaba en el Gran Rex, inaugurando así la era de recitales en mi vida que duraría al menos unos quince años más. 

1998 fue una continuación más random aún que el año anterior. Pasé por los pelos de año pero ya en segundo me di cuenta que esta vez no iba a ser tan fácil. El colegio se había puesto demasiado exigente para mí, que no tenía ganas de estudiar en el breve tiempo que me quedaba cuando llegaba del colegio a las siete y media de la tarde. Lo único que quería era juntarme a tocar y escuchar música. En mi familia me dejaron un poco ser porque estaba un poco intratable. De los Scouts, bien gracias... No recuerdo haber ido mucho al grupo ese año. Quizás comencé y lo fui dejando como el año anterior, pero creo que en 98 todo se configuró para que me alejara de los Scouts. Al menos momentaneamente...

Al final todo salió como el traste aquel año. En la banda cambiaron de estilo y se volcaron al punk porque era más "fácil", cuando en realidad era lo que Bruno y Demian querían hacer. Yo no tenía problemas en cantar temas de 2 minutos, o Ataque, aunque esta última banda me parecía bastante pedorrra... Después había unas canciones "propias" que eran una copia de Ataque... En fin, yo no estaba ya muy copado y se ve que se notaba. Me comenzaron a acusar de cantar bajito y querer boicotear a la banda. Me terminaron rajando... A mi me dolió  menos de lo que ellos pensaron. Por mi parte comencé a tocar la guitarra en mi casa cada vez más seguido porque quería mejorar y demostrárles algo, aunque no sé bien qué. 

Por otro lado seguí comprándome discos (ya había cambiado definitivamente mis compras de historietas por compacts). Y en el medio del ajetreo de aquel año donde operaron a mi madre de un ojo, en casa no había un mango, mi hermano comenzaba el CBC y mi padre le pidió que saliera a buscar trabajo, yo era un desastre en el colegio y seguíamos en aquel enclave urbano lejano y desolador de Pompeya. Salir para mí era algo casi imposible, algunas veces fui a algunas fiestas del colegio. Comencé a escuchar fuerte a Zeppelin, Deep Purple, y a AC/DC. Mis compas, cada día más punkies decían que yo me quería hacer el pesado pero que en realidad era un hippie. Comenzaron a odiarme sin saber bien por qué. Entre en una vorágine de agresividad y malas compañías que derivaron en quilombos en el colegio. Acumulando más de treinta amonestaciones por cosas que ya ni sabía a que se debían. La mitad del sobrecargado curso de 2ª quinta era un desastre y los preceptores venían cada dos por tres a gritarnos y decirnos que eramos uno de los dos peores cursos del colegio. Eso no desalentaba a nadie. Después algún idiota comenzó a llamar por teléfono y amenazar a varios de nosotros (supongo que habría visto Scream) con un voz de alguien más que no era del colegio. A mi me decían Hanson y que no fuera al día siguiente sino me iban a cagar a palos. Obviamente que fuí y cada vez que comentaba el asunto, un par de mis compas comenzaban con risitas cómplices. El asunto llegó tan lejos que comenzaron a citarnos a dirección para que buchonearamos a quien hacía eso. El jefe de precpetores era un narizón archi duro de esos que le gustaba golpear. Me amedrentó y me dijo que hablara que sino quedaba expulsado. Yo le dije que era una de las víctimas de aquellas llamadas. Él no me creyó y me dijo que varios habían hablado y me habían señalado como uno de los culpables o al menos de los que se juntaba con los malosos. Era cierto pero ya cada vez estaba más decepcionado del grupo de "amigos" que había forjado en dos años de mierda en el Fader. Al final, resultó que la mayoría apuntó a un tal Rodrigo Bustos Alvarez, un pelotudito que se hacía el malo, feo y desgraciado como él solo. Hijo de chilenos, una verdadera basura descartable. Lo rajaron a los pocos días. Después pasó un par de veces a la salida para hacerse el gracioso pero se notaba en su mirada que tenía miedo, marcado, tenía un futuro de mierda por delante. Al resto no nos fué mucho mejor... El año ya casi terminaba y para cuando llegó diciembre me di cuenta del terrible abandono que había dado a mis estudios. Ocho materias a marzo, si, el terror de la abuela como cantaba Santaolalla. Empecé a ir a particular ahí por Flores, cerca del colegio. Pero la suerte estaba echada... Era demasiado para cualquiera, y para mí sobre todo. Además nos fuimos a Mardel para la fiestas y nos quedamos buena parte de enero. Para mí se me hacía casi imposible poder concentrarme. De todos modos lo intenté... Fuí en marzo de aquel 1999 a rendir ocho materias, o al menos aprovar seis (que seguía siendo un montón). Desaprobé la primera, luego la segunda, a la tercera dije "bueno chaur, repetí, no lo puedo creer". A mis compañeros de curso les fué igual y nos hicimos los malos riéndonos de la situación. Después llegué a casa y me descompuse de los nervios. Todos estábamos en una lisya negra, negrísima, y por supuesto nos deshabilitaron para seguir en aquel colegio. Afuera todos! Nos volvimos a juntar una vez más en lo de Demian, en el bajo Flores y chau. No los volví a ver más. 

Mis padres me anotaron en un colegio privado por Constitución, donde comencé a ir a la mañana. Uniformado y derrotado. Me cerré más que nunca en mí mismo y el walkman se convirtió en una especie de escudo o coraza contra una realidad que no me gustaba para nada. Desde tener que cruzar la 21 en el 70 todas las mañanas y bajarme en las ruinas de Bailonia, rodeado de yiros y malandras salidos de alguna película clase b de los 70s hasta un colegio horrible, sin luz ni patio a la calle. Uniformado como un mequetrefe y sintiéndome más solo que nunca. Sentado en el primer día de clases, ottra vez en segundo año, me sentí muy mal y me juré no volver a pasar por todo eso. Y cumplí. Si bien no me convertí en un alumno ejemplar de la noche a la mañana (eso nunca iba a pasar) al menos logré llevarme sólo las materias "duras" a marzo y así lograr pasar de año hasta finalizar la secundaria. Pero antes de avanzar tanto en la historia, vuelvo a los Scouts. 

Para marzo de 1999 decidí que ya que había perdido una batalla, regresar con mis queridos compas Scouts me haría bien. En realidad, fue una casualidad que un día que había ido a ver a mis amigos de Catalinas, me crucé con Nico el guía de los Onas. Nos quedamos charlando un rato, le dije que había repetido de año ( y él se rió como diciendo ya repetí dos veces ya), le dije que quería volver al grupo. Él se quedó pensado y me dijo que era una buena idea. En mi ausencia habían pasado quilombos y el último había sido en el último campamento de verano (no recuerdo donde habían ido). Al parecer, una noche, Nico, Pato junto con los dirigentes Alexis y otros, salieron a bailar por el pueblo dejando al resto de los Raiders durmiendo en las carpas. A priori no parece algo tan grave pero parece que alguien del grupo se dio cuenta, los vio irse y buchoneó al jefe del grupo que creo que era en ese entonces Ariel. Había picas internas que yo nunca supe bien que pasó pero la cuestión es que al otro día le hicieron una especie de corte marcial a Alexis (que para mí, más allá de ciertas cosas, era un buen dirigente) y no sé, le dieron de baja o algo así. En protesta, Nicolás y Patricio, los guias de Onas y Charrúas respectivamente, se fueron del grupo. Entonces Nicolás me dijo que este era el momento ideal para que volviera, no sólo al grupo sino que él mismo me proponía como guía de los Onas. Iría a contarselo al viejo Bernardo que era quien había quedado como dirigente de los Raiders. Y así, después de casi dos años sabáticos (y de descontrol) volví al redil Scout y encima como guía de los Onas. En ese momento particular de mi vida necesitaba un refugio conocido, un lugar a donde volver y sentirme en casa. Era como el hijo pródigo y no iba a desperdiciar la oportunidad.

Por delante me quedaba mi mejor año en el grupo Scout. 

miércoles, 8 de enero de 2025

Raiders on the storm



El año 1997 fue algo así como una bisagra en mi vida ¿Por qué? Bueno, comenzaba la secundaria, ya no vivía en Catalinas Sur, me sentía grande y un poco quería romper con mi pasado (mi infancia). Después de aquel fatídico campamento de enero en Tandil, llegué a Buenos Aires y a los pocos días me fuí (junto a mi hermano) a Merlo donde nos esperaban mis abuelos paternos. En el brazo todavía tenía la venda de la quemadura/herida que me había dejado el campamento Krusty. -Pienso que de niño tenía vacaciones en exceso, demasiado para una vida tan relajda- Con el correr de los años sentiría que ese desbalance era algo injusto para mi yo más adulto (y quemado). En fin, ese verano nos la pasamos yendo a los arroyos de Piedras blancas, el Salto del Tabaquillo, y la caminata al algarrobo abuelo. Después, por las noches, comer los sabrosos platillos que preparaba mi abuela, tomar Terma Serrano y mirar el Festival de Jesus María (1997) edición en la que cantó la flamante nueva estrella Soledad Pastorutti. Y si, todo estuvo fenómeno, fantástico, inolvidable... Sin embargo, todo llega a su fin. Cuando volvimos a Pompeya, la dura realidad estaba esperándonos. Mi hermano por terminar la secundaria, yo por comenzarla y encima en nada más y nada menos que en la famosa escuela técnica Fernando Fader. En fin, no voy a rememorar las vicisitudes que pasé en aquel antro, pero baste decir que a pocos meses de comenzar empecé a perder interés en mi viejo reducto Scout. Los motivos eran varios, pero básicamente quería despegarme de ese mundo de ñoñez que tanto amaba siendo más pibe. Empecé a sentirme fuera de lugar ahí, entre banderines de Zorros y Lobos, cantos y gritos que a veces se tornaba militar. Mi rebeldía adolescente comenzó a aflorar, para rebelarme contra todo aquello que representaba una vida que ya no me pertenecía. Además, quería poder disponer de mis sábados a la tarde, cosa que comenzaría a ser cada vez más codiciada. De todos modos, no dejé de ir así tan rápido. De hecho nunca dejé de ir a los Scouts por completo. Lo que hacía eran visitas intermitentes al grupo, como si no me decidiera a dejarlo del todo. Pero lo más importante fue que el Pollo, cansado de mis rebeldías y contestaciones, adelantó mi pase a la rama siguiente: los Riders. Esta rama parecía la más interesante para mí ya que estaban Nico, Pato, y otros muchachos, pero sobre todo Alexis como dirigente. Aquel que se había burlado de la "cagadera de los Lobatos" en el campamento del Volcán. 
Diretes...
Cuando me hicieron el pase nos hicieron un recibimiento un poco brutal. Nos hicieron entrar de a uno, a mí y a los otros dos que pasaron conmigo, al cuarto de los Raiders, en completa oscuridad. Nos molieron a palos. Cuando terminaron prendieron la luz y yo estaba al borde del llanto por el dolor de las patadas y puñetazos. Me quedé sentado esperando que se me pasara un poco la conmoción, y en eso se acercó Alex y me dió un piñón mientras me decía: Y esto es porque te gustan los Beatles. Me reí jeje y luego le pregunté si a él no le gustaban... me respondió con un mehh de desagrado. Ahí entendí todo. Los Raiders era una rama casi de transición, los chicos malos del grupo Scout, adolescentes, peleadores y reos, casi como la rama punk del scoutismo. Un poco por la edad y por ese trayecto que uno vivencia. Desde los 13 a los 16 años aprox... No había lugar para blandos, sensibles y empezando por el dirigente, podían cagarte bien a palos que estaba todo bien. Esto al principio me chocó bastante, pero luego me fuí amoldando, porque en la escuela las cosas no iban a ponerse lindas tampoco...
A medida que fue avanzando el año, comprendí que estaba menos para ir al grupo a medida que me empezaba a ver con mis compañeros de curso. Al final, no sabía ni donde estaba parado. Entre la nada y la eternidad, de no hacer ni pensar en nada. Y eso que nuestro lema era Salvar... pero ni nuestro santo patrono San Francisco Xavier podría rescatarnos.
En un gran panel de corcho todos escribían nombres de bandas y lemas, como Dijo el droguero al drogador... sin entender mucho un pomo de lo que hablaba aquello, pero sonaba contundente y pesado. Y topdos querían demostrar que eran los mas metaleros, o punkies, o ricoteros.. A mi me gustaba el rock, punto, y sinceramente me pasaba por los huevos todo ese rollo de las tribus urbanas. 
Los raiders estaban divididos en dos patrullas, los Charrúas y los Onas (donde estaba yo bajo las ordenes de Nico, como antes en los Scouts en la Lobos). Aquí pasamos de los nombres de animales a los de pueblos originarios. La pica estaba en que ellos nos jodían que andabamos en pelotas y nosotros les mojábamos la oreja diciéndoles que esos indios son uruguayos. Hoy me río de esas bromas estúpidas. Si hay algo que no es nacional son las tribus que anteceden los nacionalismos europeístas. Los charrúas son charrúas, los mapuches son mapuches y los onas onas. Nada de uruguayos, chilenos ni argentinos. Después de todo, ningún país desde Canada hasta el cono sur se interesó nunca por resarcir tierras y reivindicar a los pueblos originarios. Repetir el discurso del amo es una berreteada y carece de honestidad intelectual. 
De todos modos yo estaba orgulloso de ser un Ona. Me gustaban esos indios australes que hacían todo tipo de rituales en el frío más extremo y en pelotas. Un grupo aguerrido, y nada mejor para un adolescente en plena etapa identitaria para que se ponga la casaca de una tribu guerrera. 
(Continuará)