miércoles, 27 de noviembre de 2024

De la seisena a la patrulla

El año 1995 trajo toda una serie de cambios a mi vida. Empezaba sexto grado y mis días en el colegio comenzaban a cambiar ciertas cosas. Las chicas comenzaban a llamar más mi atención e intentaría acercarme a alguna en lo que iba del año. Menem sería reelecto, para pesar mío y de mi familia, con quienes teníamos contados los días en Catalinas Sur. Pero sin adelantarnos, vamos a los hechos...

Cuando volví al Grupo me anunciaron que en breve me pasarían a la rama Scout, esa que es como la central de las ramas, la que inventó Baden Powell y toda la mar en coche escultista. 

En una de las kermeses que habíamos hecho para juntar guita para ir a El volcán, había jugado al Bingo y crease o no, gané. Debo confesar que de chico tenía un suerte que no parece acompañarme de adulto, pero bueno... Supongo que será una cuestión de rachas. La cosa es que gané el premio gordo del Bingo, dos pasajes a Colonia. Mi familia no lo podía creer y eso me valió un gran festejo. El pasaje era para algunos meses más entrado el año. Mis padres compraron dos pasajes más y así nos fuímos, junto también con mis tíos y primas, a Colonia del Sacramento, Uruguay.

Se trató de una visita de un día donde paseamos por sus calles empedradas, donde mi tío sacaba fotos, yo juegaba con una pistola de cebita y almorzamos en algún restaurante algo que no recuerdo. La visita no estuvo excenta de postales para el recuerdo, más algún berrinche mío y otro de mi prima menor (los leoninos chinchudos de la familia). Nunca volví a Colonia y quizás me gustaría volver un finde a ver todo ese pueblito antiguo con ojos de adulto. Me encantó el viaje en Buquebús o Ferrylineas, no recuerdo bien en cual viajamos, pero vivíamos literalmente enfrente de donde salían los barcos, un lujo. A la vuelta volvimos de noche y sentarme mirando el cielo estrellado de una manera como nunca había visto hasta ese momento, es algo imposible de olvidar. ¿Y a quién me encontré en el barco yendo a Colonia? Pues ni más ni menos que a Esteban, alias Baloó, alias Esteban quito, etc. Y estaba con su novia (la también dirigente Scout) que me gustaba. Ellos ahí tranquis, mirando el agua, sonriendo, con el viento casi marítimo volándoles el pelo. En fin, todos muy felices. 

Una vez ya en el grupo llegó el día de mi paso de los Lobatos a los Scouts. Dejaba atrás esa primer rama más infantil para ingresar a la rama de los preadolescentes por exelencia. ¿Quería eso yo? Probablemente no, siempre me costó dejar atrás mis lugares conocidos, mis zonas de confort, mis seguros refugios... Ese día nadie de mi familia vino a ver mi traspaso, pero para mi era importante. No importa, pero lamento que nadie haya ido a sacar algunas fotos aunque más no sea. Una de las cosas que mas lamento es no tener fotos de mi etapa en los Scouts. Quizás eso sea algo bueno ya que me obliga a recordar más, pero me hubiese gustado tener una foto con el uniforme. Cuestión que tuve que cruzar un puente de madera hecho por los más grandes, un símbolo del traspaso de rama. Muy Campbelliano el asunto, con los ritos de transición y todo eso. Bueno, parece que en los Scouts me esperaban hacía rato porque creo que se entraba a los once años y yo ya estaba por cumplir los doce en breve... un poco pasado nomás. Bagheera me regaló una brújula como despedida, supongo que era algo así como un mensaje, para que no me pierda... Baloó me regaló una especie de señalador Scout de cuerina con un mensaje de Baden Powell y una dedicatoria. Ambos obsequios aún los guardo en una caja con insignias y recuerdos de campamentos. 

Una vez en los Scouts, me esperaban allí algunos ex compas de los Lobatos que eran un poco más grandes que yo. Así como en los Lobatos la manada se dividía en un grupos más chicos llamados seisenas (que tenían nombres de colores), en los Scouts era un tropa y se dividía en patrullas con nombres de animales. Si mal no recuerdo había dos patrullas (aunque quizás hubo más), pero estaban los Zorros y los Lobos. A mí me tocó este último y por suerte, me parecía un animal más polenta que el zorro. Acá ya todo era un poco más "militarizado" si se quiere, y se exigía un poco más que en los Lobatos que era un ámbito más de juegos e historias. En los Scouts volvían a quedarte sin uniforme, no importaba que ya hubiera ganado camisa y pañuelo, los Scouts la camisa verde de los Lobatos ya no iba más y en cambio se usaba la camisa color caqui clásico (aún la conservo) de los Scouts, como del resto de las otras ramas. Pero para ganarte tenías que ir todos los sábados, perserverar, tener una buena actitud, no ser peleador y mostrarte Siempre listo! Como decía el lema de los Boy Scouts per sé. 

La mitología ya no era referida a las historias de la selva de Kipling, sino a los mitos y leyendas de la caballería. Nuestro patrono ya no era el benévolo San Francisco de Asís sino San Jorge (que fue mi santo preferido mucho tiempo) el caballero que combatía el mal, el matador del dragón. Confieso que los Scouts me gustaban un poco más que los Lobatos, las actividades y las salidas a excursiones me parecían más desafiantes. Hacia junio de aquel año el grupo cumplía 10 años de aniversario y nos fuimos de campamento a algún predio indeterminado de González Catán que como en el caso de Lobos nunca pude redescubrir. En esa acampada de fin de semana me fuí conociendo mejor con mis nuevos compas. Recuerdo que era un predio grande donde había unos perros guardianes que vivían en unas cuchas enormes y me daban tremendo julepe. Nadie se acercaba mucho porque eran perros bravos. De ese capamento recuerdo algunas pocas cosas como que nos sacaron de la carpa a mitad de la noche porque algunos andaban haciendo competencia de miembros. Todos a correr en la oscuridad sobre el pasto mojado. Esta vez yo no había sido el culpable y durante buena parte de mi estadía en aquella rama, trataría de mantenerme alejado de las peleas y rehuir de las provocaciones. Me sentía muy en desventaja respecto a todos los demás. Pocos meses después invitaría a un compañero del colegio a sumarse al grupo. No vendría quien yo quería pero vendría otro, que se sumó y se hizo un Scout acérrimo hasta hoy día. Pero esa es otra historia...

domingo, 17 de noviembre de 2024

Campamento en El Volcán



Mi estadía con los Lobatos iba llegando a su fin pero todavía quedaba una experiencia más: el campamento de verano. Este sería el último con los Lobatos ya que en algún momento del 95 entraría a la rama Scout per sé...
Para finales de 1994 hicimos como siempre una kermese para cerrar el año y recaudar fondos para el gran viaje. Hicimos todo tipo de actividades, hasta hubo números actuados y todo sumaba porque si bien en mi casa aún no habían comenzado las penurias económicas, todo estaba muy complicado ya. 
Ese verano mis padres se organizaron para que pudiera ir al bendito campamento con los Boy Scouts ya que el verano anterior no había sido posible. Como la cosa arrancaba la segunda semana de enero, mis padres se quedaron hasta que me fuera para después irse con mi hermano a La Feliz. Recuerdo patente esa madrugada en la que salía de viaje con los Scouts. Nuestro destino era El volcán, un lugar medio perdido en la provincia de San Luis. No era cerca de Merlo donde yo solía ir con mi abuela dos veranos atrás. La emoción era enorme y sabía que en algún momento vendrían las verdaderas ganas de empezar. 
Era el primer viaje largo que hacía fuera de casa sin ningún familiar y eso me generaba una gran expectativa.  Como dije, el micro partió por la madrugada y antes de ir caminando con mi padre desde nuestro edificio hasta la calle Necochea que era de donde salíamos, me despedí de Diana, una gatita cachorra que habían traído a casa pocos meses antes. Algo en el estómago me daba cierto vértigo, como si se cocina algo funesto en lo porvenir. 
Hacia la noche, después de un largo y olvidable viaje por rutas argentinas, llegamos a nuestro destino. Todos un poco dormidos, cansados, nos bajamos del micro para emprender una rápida instalación en el campamento. Aún no puedo recordar el nombre del lugar donde acampamosy es dificil identificarlo con los datos que google me proveé, pero era muy cerca del centro del Volcán. 
Poco es lo que recuerdo de ese campamento, no sé bien por qué. El lugar no era super guay, parecía que la recesión había llegado para todos o que no habían investigado muy bien el lugar a donde ibamos. Quiero decir, que no es que fuera feo, pero todo parecía muy chiquito. Un mini pueblito que por lo que veo sigue igual a enero de 1995, con un arroyito en las cercanías y muy pocas sierras bajas. 
Fue un campamento relativamente tranquilo, con los accidentes habituales como por ejemplo Lucas Magic que se rebanó medio dedo índice  con su navaja o yo que me metí en un arroyo en patas, un día que las aguas bajaban turbias y me clavé un pedazo de vidrio en la pata. Fue una herida menor pero recuerdo que tenía miedo de haberme contagiado el Sida por eso. Aún se vivían tiempos de paranoia y falta de información o al menos en lo que a mi enseñanza respecta claro. Pero una botella rota hundida en el fondo de un arroyo dificilmente contagie algo más que un corte feo y de largo sangrado. 
Poco después de este incidente pasó algo que en su momento me pareció terrible, pero que luego con el tiempo pude reelaborar mejor. Una noche estábamos sedientos de historias de terror y yo no tuve mejor idea que ponerme a contar historias en la carpa, mientras debíamos dormir. La temática era algo así sobre unas marionetas asesinas y algo sexuales. No recuerdo detalles pero mis compañeritos lobatos se mataban de risa y yo me sentía el pibe más popular por aquella boludez. No así los dirigentes que me pescaron haciendo esa tonteria, sobre todo el viejo y querido Balú, ese muchacho que tendría veintipocos pero que a mi me parecía un adulto hecho y derecho. Me sacó de la carpa y me puso cinta en la boca mientras se me caían algunas lágrimas, cosa bastante humillante y agresiva pero bueno... el muchacho no encontró otra forma de hacerme entrar en razón. 
Ojo, a mí Balú me caía super bien, era por lejos mi dirigente preferido. Akela, que en esta ocación era una señora era como una segunda madre, y Bagheera era un muchacho bastante canchero y divertido. Ahora que lo pienso los roles estaban invertidos, pero en fin... En este caso Balú era el chabon que nos ponía en vereda. A mí ya me había dejado sin merendar el año anterior en que una tarde hice un chiste desubicado en medio del agradecimiento por los alimentos. Dije una desubicación sobre los niños pobres o algo así y todos los pibes se mataron de risa, pero Balú me llevó adentro del cubil me pegó un reto y me dejó sin merienda. En ese momento me parecía injusto, hoy no lo veo tan mal. Está bien, a veces así es la única forma de aprender que con ciertas cosas no se jode... Algo que a los pibes de hoy en día les falta un montón, alguien que les diga no, con eso no. 
Tengo el recuerdo patente de una noche en que estábamos jugando algo de buscar unas pistas en la oscuridad y no se que catzo... Y nosotros íbamos por entre los bosquecitos del camping, alumbrando con nuestras endebles linternitas Eveready cuando en una de esas lo veo a Balú chapando en medio de la noche con una de las dirigentes. De aquella chica no recuerdo el nombre pero si que me parecía muy linda, una petisa de pelo corto negro y ojos claros... En fin... Balú era mi ídolo. 
Llegando hacia el final del campamento me pasó otra cosa, una verdadera cagada, literal. Algo, quizás el agua del lugar o no sé que carajo, me cayó mal y entré en una larga y prolongada cagadera que no se me terminaba más. 
La cosa verdaderamente me jodió, porque casi no podía hacer las actividades normales, amén que me hacían arroz todos los días. Pero no había caso, estaba hiper descompuesto y en una de esas me llevan a la Ciudad Capital de San Luis, al hospital público de allí. El médico no sé que nos dijo, creo que me recetó pastillas de carbón y dieta astringente. Luego fui al baño a hacer lo mío y de pronto veo que Akela viene con una señora de maestranza del hospital que no se que truco me hace con una soga que apuntaba a mi estómago. Tomaba unas medidas que terminaban en mi ombligo. Nunca entendí de que trataba esa extraña hechicería, pero en definitiva fue inofensiva, yo seguí igual hasta el final del campamento. Si recuerdo que no tenía plata y que alguien (perdón pero no recuerdo quien) me regalo unas palmeritas para que le llevara a mi familia. Un hermoso gesto, pero que yo lamentaba no poder comermelas. 
La última noche hicimos el famoso fogón de fin de campamento, donde cada rama, Lobatos, Scouts, Raiders y Rovers hacían diferentes interpretaciones, desde canciones, actuaciones y esas cosas divertidas. Uno de los Rovers, de los chicos más grandes, un tal Alexis (que con los años se convertiría en mi profe de guitarra, aunque esa es otra historia) hizo una especie de poema que recitó donde contaba las penurias de aquel campamento. Recuerdo literal esta frase: Los Lobatos con su cagadera... todos se mataron de risa pero a mi me fastidió. Cuando terminó el fogón lo busqué a Alexis con quien nunca había hablado hasta ese momento y le dije... ¿Por qué dijiste eso de los Lobatos? Sólo yo tengo cagadera. Recuerdo que me miró sorprendido y se alejó sin nada más que agregar, excepto una leve sonrisa. 
Cuando volvimos a Buenos Aires solo estaba mi viejo que me vino a buscar. Le contaron lo que me había pasado y mi viejo les agradeció por cuidarme. Ese mismo día o al día siguiente me llevó a Mar del Plata donde ya estaban mi vieja y mi hermano esperandonos. A los pocos días de estar en Mardel la cagaderá cesó tan de golpe como había comenzado. ¿Nervios? ¿Quien sabe? Solo sé que aquella experiencia de mi primer campamento de verano con los Scouts me dejaría huellas imborrables en muchos aspectos de mi vida. Y sobre todo aquella canción que cantamos todos la última noche alrededor del fuego, donde decíamos que no es más que un hasta luego, nos es más que un breve adiós... muy pronto junto al fuego nos reuniremos... Que linda época.