viernes, 25 de febrero de 2022

Poema fresco


En las huestes del mañana se vislumbra una carne seca. Es el amor que desgañita un rugido alevoso de pena inconmensurable. 

Devastados, apenas lúcidos para poder pensar en nada más, ellos viajan a través de la estepa, desafiando el torbellino helado del frío matinal.

Una madre recoge al polluelo, al pichón de Mamut, danzando con los lobos del gremio intemporal de las cosas buenas y el porvenir. 

Amedrentados por el viento helado, viajan sin parar, sin detenerse un solo paso. En el acorazado sentimiento del fresco degradamiento invernal, se camina, se cae, se desmigaja el alma enredada.

Por tanto sufrir, por tanto patear las piedras, el niño sonríe creyendo que no hay un mañana, sólo la teta caliente y ese pezón puntiagudo que derrama leche tibia. Es lo único que existe para él. 

Nada más que agregar a una sensación de cruda inminencia fatal. Todo aquello que no fué, será por el hoy que se escurre y por un mañana que no vendrá. 

Sortilegios de amor desesperanzado nos hacen creer que ya no dispondremos de la añorada madre tierra, madre invernal de corazón helado y de los tiempos venideros. 

Ahora ya sabemos a donde nos lleva el viento, ese intrépido destino sin palabras ni designios verbales. Todo es pasión en el vasto oceano del tiempo remoto y perdido para siempre. 

El lobito bosteza. El niño observa con asombro. La madre ancestral sonríe. 

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