domingo, 8 de septiembre de 2024

Nuestro Gran Jefe


Cuando entré a los Scouts, en 1993, me sentía un pibe muy ocupado. Los viernes por la tarde iba a Yoga para chicos, los sábados por la mañana iba a torneo de fútbol del colegio y a las 15 horas, entraba a los Scouts hasta las 20, cuando salíamos de misa. Los domingos estaba con mi familia y solíamos quedarnos en casa, a lo sumo ir a dar una vuelta por el Parque Lezama, San Telmo o ir a dar una vuelta con mis amigos por mi barrio Catalinas Sur. Además, estaba yendo a Catequesis porque estaba a punto de tomar la Comunión, aquel rito de traspaso cristiano para chicos católicos. 

No hacía mucho que había empezado a ir a los Boy Scouts (los de mi barrio eran Católicos pero existían grupos que no lo eran) cuando tomé la Primera Comunión. De aquello sólo recuerdo haber ido durante un año a Catequesis donde nos daban clases acerca de los temas clásicos de la Cristiandad. Los pecados mortales, otros pecados menores, el Cielo, el Infierno y todo lo demás. Además cantábamos el Aleluya, nos leían pasajes de la Biblia y bueno... yo aceptaba todo eso sin mayores problemas porque por parte de mis padres y, sobre todo de mis abuelos, en mi familia existía algo parecido fe cristiana católica. Quizás mi abuela paterna (cordobesa), era la más devota de la familia y quién más se preocupaba por la educación religiosa de sus nietos, mi hermano y yo, más mis dos primas. Pienso que en ese momento, nadie se cuestionaba mucho acerca de todo eso. Mi abuela me hacía rezar el padre nuestro, el ave maría o el ángel de la guarda y yo repetía todo aquello sin entender muy bien pero a la vez sintiendo que era algo positivo. Uno sentía que eran buenos valores que la mayoría aceptaba porque era algo bueno pero sobre todo por respeto a la fe de nuestros mayores. 

Retomando, cuando entré en los Scouts, me encontraba en ese proceso de Comunión y era un momento muy especial. Porque convergía la cataquesis y los Scouts, ambos en el colegio privado del barrio, Nuestra Señora de los Emigrantes, que en sí, era el colegio rival al que yo iba que era un colegio público y laico, el Della Penna. Nos vivíamos cantando canciones de rivalidad y a veces podía haber cierta pica, pero ellos eran los chetos del barrio y nosotros los gronchos. En realidad, los que íbamos al turno mañana nos considerábamos mejores que a su vez, iban al turno tarde de nuestro colegio. Chicos venidos de La Boca profunda. Yo nunca tuve esos rollos de grandeza pero otros sí y estaba quienes negaban vivir en La Boca y sólo reconocer vivir en Catalinas Sur, pero era un acto de negación bastante patético. 

Siendo entonces que me encontraba en un momento de estar rodeado por mucho catolicismo, en mi cabeza existía la idea de que en verdad había una comunión mía con lo superior. En la misa de los sábados a las 19, después de haber estado cuatro horas yendo y viniendo por el patio Scout, haciendo juegos, aprendido cosas de scoutismo, escuchando leyendas, merendado y demás, y ahora... llegaba la hora de bajar cinco cambios. Algunos chicos se quejaban y no querían ir. A mi no me volvía loco, pero una vez allí, sobre todo en el momento de comunión y silencio, la eucaristía, entonces sí sentía una conexión y me entregaba a ella. La sentía como algo lindo, de conexión profunda. En mi cabeza volaban mil pensamientos acerca de todo lo que aquello podía significar. Pero la Iglesia del barrio era moderna e imponente a la vez. Los cantos de los feligreses le daban otra motividad al asunto y lejos de sentirme como Bart los domingos en lo del Reverendo Alegría, yo sentía un disfrute allí que nunca me atrevía a confesarle a mis pares. La simbología de los vitreaux, las luces, la ceremonialidad, los cuadros del vía crucis, el olor a madera de los enormes bancos, la mirra... Todo formaba parte quizás de un adoctrinamiento, pero yo lo disfutaba sin reconocerlo, porque me parecía que era parte de algo más grande de lo que se podía ver. 

A poco de haber empezado a ir a los Scouts, tomé la Comunión y de aquel día en sí no guardo recuerdos especiales más que el hecho de que vino mi familia. Por ahí está mi foto sentado en posición de orar, en un altar, con un corte taza, abundante pelo lacio y rubio, más un reloj celeste pulsera que aún conservo en una cajita de recuerdos de la infancia. Y de la ceremonia en sí, para mi fue la primera vez que sentí el gusto del vino de la hostia mojada. Fue un encuentro inesperado porque el sabor me pareció entre polémico y delicioso. Si mal no recuerdo, Akela (la dirigente a cargo de los Lobatos, o sea mi rama), vino a presenciar mi Comunión con el resto de los chicos. No estoy seguro de este último dato pero creo que así fué. Quizás por haber caído un sábado, pero no estoy seguro. Cuando volví al grupo Scout al sábado siguiente, Pablo Rancho me torció el brazo y me dijo que me odiaba. Algo pasaba pero me sentí tranquilo de no haber provocado su odio. Era algo que me pasaría a partir de ahí toda mi vida, pero cuando era más chico, entendía menos la situación y entonces también me afectaba menos. Dentro del grupo había algunos dirigentes que tenían un nivel de flasheada tan grande respecto a la cristiandad, que uno por momentos parecía que estaba viendo a los caballeros de la mesa redonda. Ahí estaban sir Gawain, sir Lancelot, sir Perceval, sir Héctor, sir Galahad, etc. Y era tal así que cuando mandaban alguna notificación a nuestros padres, porque sí, en las primeras ramas era algo parecido al colegio, se despedían firmando: Un gran abrazo en Jesucristo nuestro gran jefe. Amén.