lunes, 27 de enero de 2025

De La Boca al Bolsón y viceversa

 


Ese año 99 fue toda una experiencia. Para cuando llegamos a fin de año, las noticias eran inmejorables. Habría un campamento de verano en el Sur, la Patagonia, ese lugar que todos decían era el más hermoso de nuestro país, y eso ya es mucho decir. Por suerte había vuelto a los Scouts ese año y me lo agradecí eternamente. Estaba claro que habiendo repetido y no teniendo mucha onda con mis nuevos compañeros de colegio, además de que mis padres no tenían un mango, no iría de viaje de egresados en quinto a Bariló. Lo suponía y tampoco me importaba mucho y más desde que supe el inmejorable destino del campamento Scout. Hacía tres años que no me iba con ellos a dicho campamento, ya que los dos último veranos no había estado yendo mucho al Grupo y mis viejos no tenían un mango. Solo atinamos a ir a lo de mis abuelos en Mardel, como en mi infancia. Estaba bien, siempre me encantó ir a Mardel, pero ahora quería conocer otros destinos y el sur parecía algo muy prometedor. El último campamento de verano que había ido fue el del famoso campamento Krusty en Tandil. Donde un temporal nos destruyó las carpas y un zoquete me tiró aceite hirviendo en el brazo. Todavía tenía una marca como de una gota oscura en mi antebrazo derecho. Este campamento esperaba no tener ningún tipo de percance. 

Como había terminado segundo (bis) y pasado, finalmente, a tercer año, mis viejos me dieron la grata noticia de que podrían mandarme al campamento Scout. Estaba alucinado, no caía de mi asombro y mi alegría era total. Hicimos ferias del plato a la salida de la misa de los domingos, hicimos la kermese de fin de año donde teníamos que ponernos ropa de mujer porque al parecer era divertido jugar a eso. Juntamos fondos como pudimos y finalmente, estaba todo dado para irnos, pero antes, un paréntesis. 

Es inevitable mencionar que con el fin del 99 se terminaba no sólo una década de Menemismo abyecto y barato, sino que se terminaba un siglo, y un milenio. Nadie lo pensaba mucho pero ese milenio había comenzado cuando en Europa andaban con el asunto de las Cruzadas. En fin, datos... Había muca paranoia respecto de lo que podía pasar cuando comenzara el año 2000. Algunos decían que las máquinas se volverían locas, que volverían al año 1900... otros, los mas sacados, que un meteorito caería o que explotarían las bombas y otros, como yo, pensábamos que nada iba pasar. Y nada pasó. El 2000 lo recibí en familia, viendo la tele o algo así. Recuerdo muchos fuegos artificiales y poco más. Al otro día, o sea el 1º de enero, nos fuímos relativamente temprano con mis viejos a una quinta de unos amigos de mis viejos. Recuerdo que ese día jugué con mi viejo un partido de fútbol por última vez ya que se esguinzó y nunca más volvimos a jugar. 

A los dos días de eso, el 3 de enero, me fuí a La Boca para emprender el largo viaje en micro hacia El Bolsón. O al menos, ahí es donde en principio íbamos a ir. Sería un campamento de poco más de una semana y el entusiasmo era general. Salimos de la avenida Paseo Colón, frente al Parque Lezama, donde había un famoso edificio tomado que ya han tirado abajo hace unos años. Había dos micros esperándonos, o más bien debería decir que había un micro y una especie de Combi un poco más grande. Los vehículos se veían bastante destartalados pero a nadie le importaba. Recuerdo que la partida se demoró no sé por qué asunto, si faltaba nafta o si esperaban a alguien más. En la lotería solar de Babilonia a mí me tocó viajar en la Combi. Manejaba Alberto, el marido de Celia, mi antigua dirigente de los Lobatos o Akela. El viaje duraba aproximadamente un día pero no sé si lo teníamos muy en claro. Nunca, hasta ese momento, había viajado tantas horas para ir a un lugar, pero como dije antes, el entusiasmo superaba todo escollo menor. Guardé mi mochila y una flamante bolsa de dormir térmica que me compraron mis padres para la ocasión. UN poco grande y pesada, pero abrigada como ella sola. El viaje comenzó saliendo de Capital, cruzando el Conu, y emprendiendo alguna ruta argentina hacia el sur. Más Almendrino imposible. Nuestro viejo grabador fué con nosotros, amenizando el viaje y alguien, que no recuerdo quien, llevó un cassette de Creedence, o mejor dicho, como le habían escrito en birome: Cridens. Para la noche habíamos llegado a Santa Rosa en La Pampa y pudimos bajar un rato a estirar las piernas. La comodidad de la combi era casi nula, sobre todo para un viaje tan largo como ese. Luego de comer y hacer algunos chistes y fumar algunos puchos, yo no, ellos, volvimos al ruedo. Cuando desperté al día siguiente, el camino ya se veía un poco más montañoso y para el mediodía parecía que estábamos llegando porque los caminos de ripio nos mostraban ahí abajo varios lagos, o el lago mejor dicho: El famoso Nahuel Huapi. Alguien puso un tema para la ocasión, Estamos llegando de Viejas locas, tema que habría el último disco de la banda de Piedrabuena, Especial, del 99.

Cuando arribamos a Bariloche me sentía demasiado feliz. Era como esperaba. Pinos, lago azul, clima agradable, y en el Centro cívico unos perros San Bernardo con un tonelito de madera en el cuello. Nunca más volví a ver algo así en mis idas posteriores a Barilcohe. Bueno, fuimos a almorzar y pasear un rato por la bella ciudad Patagónica. Después nos volvieron a subir al micro y otra vez viajar. Dos horas después llegábamos al Bolsón, pero seguimos de largo. Nos enteramos que no íbamos a parar ahí sino aún más al sur, en un lugar conocido como El Hoyo. Bromas y chistes aparte, alguno se sacó una foto con el cartel de fondo, llegamos una hora después más, a un predio de Gendarmería que ahora sí parecía nuestro destino final. Era una especie de ecuela de Gendarmes, pero el lugar era enorme y pudimos buscar zonas más arboladas de los bosques aledaños. Nosotros pusimos nuestra carpa Raider en una zona bien furtiva, con vista a un cerro majestuoso. Todos estábamos demasiado extasiados por el lugar como para que hubieran problemas y hasta Rodrigo, que siempre buscaba quilombo, parecía calmo como un tierno mancebo puritano. Esa noche comimos dentro del lugar, en un gran comedor. Todos estábamos cansados y esa noche descubrí la verdadera magia de la Patagonia; eran las diez de la noche y todavía había luz. 

Las noches patagónicas, o al menos ese verano, en ese lugar, eran frías. Bastante frías. De día, a medida que el Sol avanzaba el clima se iba poniendo lindo hasta que al mediodía podían llegar a unos lindos 25 grados, pero luego comenzaba a descender y a la noche podían hacer hasta 4 grados. Recuerdo estar sentado frente al fuego y sentir que me quemaba la cara o manos, y en mi espalda un frío lacerante. En mis viajes posteriores a la Patagonia nunca volví a experimentar cambios de clima tan radicales. Pasarían nueve años para que volviera a esos parajes, pero esa es otra historia ya contada. En el camping Scouts, nos dedicamos a nuestros juegos habituales, actividades con el grupo, salidas a caminar y jugar a la pelota, obvio. Uno de aquellos días nos metimos en un arroyo que cruzaba el predio. Las aguas corrían fuertes y eran frías, como cualquier agua de deshielo, pero nos la bancamos y pasamos genial, dejándonos llevar un poco por la corriente de a momentos. Al final, Bernie nos llamó y terminó aquella diversión. Fuimos a caminar por todos los alrededores y nos llevaron a unas granjas donde se cultivaban todo tipo de grosellas y frutos rojos como moras, arándanos y frambuesas. Nos colgamos literal de los árboles y arbustos, comiendo como desaforados la fruta que da natura. Nuestras manos y bocas quedaron violetas, y nuestros estómagos un poco fatigados de tanta fructosa. 

En la mitad del campamento hicimos una excursión a un refugio de montaña cerca de Puerto Patriada. Como los Gendarmes eran los anfitriones nos llevaron a un lugar que era de ellos, y luego de cruzar montes y montañas, observar a la naturaleza en su máxima expresión y pensar para mis adentros... que idiota que no llevé una cámara de fotos. Al fin, a la noche llegamos a una gran cabaña donde pasaríamos la noche, no sin antes comer. Nos sentamos en unas mesas largas de madera y creo que comimos patis o algo así. Yo, y creo que todos, estábamos siempre hambrientos porque al no estar uno en su casa, no puede comer cuando le viene en gana, y hacer tanta actividad al aire libre cansa y abre el apetito como mil diablos. Mientras comía hice un moderado provecho o eructo, todos seguían en la suya menos uno de los Rover qu estaba sentado enfrente mío. Un tal Luis Cansado. Me miró con odio y me gritó ¿que haces forro de mierda? Que me eructas en la cara? Hijo de puta! Te voy a cagar a trompadas pendejo de mierda y bal bla bla. Yo me quedé frizado ante ese arrebato de locura y violencia. Básciamente porque estaba a por lo menos un metro de distancia y era imposible que le hubiera eructado en la cara. Me quedé callado del miedo, esperando que alguien lo parara, pero no había un dirigente cerca y creo que algún amigo suyo recién le dijo que se calmara, pero ese Luis Casado era una especie de mongoloide, un bruto neandertal que le gustaba amedrentar y patotear a pibes más chicos que él. Al final me quedé tan frikeado con eso que, lamentablemente, es uno de los recuerdos más vivos que tengo de ese campamento. Por lo violento e inesperado, pero también porque sería una de las primeras veces que sentía que se cometía una injusticia conmigo a colación de nada y por nada. Y me sentí tan angustiado de no poder defenderme que me dejó un muy mal recuerdo hasta hoy día. 

Sacando esa estupidez, el campamento estuvo bárbaro. Otro día fuimos finalmente al Bolsón, el famoso pueblo hippie, o que yo al menos creía que era así. Me gustó pero no me voló la cabeza, aunque con los años, cuando volviera solo lo disfrutaría de otra manera. Fuimos uno de esos días en que hay feria y nos la pasamos genial. Le compré un platito de madera a mi vieja, muy modesto, como un recuerdito del Bolsón. Tenía poca plata, algunos pocos pesos y eso era todo. En general, nadie iba con plata a esos campamentos, pero yo me había llevado algunos pesitos por si las dudas. Después de eso me quedaban veinte pesos, el afamado Rosas, que perdí en algún lugar del camping. Pregunté a mis compas si alguno había visto esa plata pero esa pregunta molestó a Rodrigo y su fiel ladero Pablo, que volvieron a malaondearse con nosotros. Hablo de aquella vieja disputa de Charrúas versus Onas. Ya quedaban pocos días de campamento y las tensiones volvían a aflorar entre nosotros. Pero no hubo ningún desmán por suerte. Una de las últimas noches, Leo, uno de los Rovers más grandes había llegado al final del camino Scout y tenía que hacer su totemnización, que además consistía en ir a pasar la noche a algún lugar recóndito y pasar la noche en vela. En este caso consistió en escalar la montaña que estaba más cercana a nosotros y pasar la noche ahí, a modo de superviviencia. Recuerdo ver el momento en que partió y después de un rato volver a mirar la montaña y verlo muy chiquitito, casi como una hormiga subiendo lenta pero firmemente. Les indiqué a mis cofrades y varios son los quie pudieron verlo. En ese momento quise poder hacer algo así, poder llegar a ese punto también, a vivir una experiencia así, como una especie de rito de iniciación o de traspaso, a otra etapa... A la noche pudimos ver un pequeño fueguito en la ladera de aquella oscura montaña. Leo la debería estar pasando bastante bien. 

Cuando llegó la hora de volver, el encanto o idilio se terminó. Hubo que volver a la realidad y no quedaba otra que levantar campamento. La experiencia había sido maravillosa, pero esta vez no me esperaban en casa para llevarme a Mardel, para descansar de la vacación. Ese verano había una sequía presupuestaria muy fuerte y me quedaba volver a casa y seguir el verano en CABA. A muchos de nosotros eso nos rompía las guindas y a más de uno le generaba un odio viseral. En el viaje de vuelta hicimos una parada estratégica en los baños de algún paraje perdido de Neuquén. Fuimos al baño y recuerdo que Rodrigo y Pablo no me hablaban desde lo del billete de veinte pesos, y parecían siempre a punto de cagarme a palos. Fuimos a echar un cloro y a lavarnos las manos y la tensión se respiraba en el aire. En eso salimos y un grupito de pendejos lugareños nos miraban con cara de malos. Rodrigo, que necesitaba canalizar su enojo los fué a patotear. Los pibes no se amedrentaron, y eso a Rodrigo lo puso peor, les dijo que éramos de La Boca a lo que los pibes respondieron muy elocuentes: Y a mí que calienta??? Rdodrigo echaba espuma por la boca, estaba enojadísimo porque su referencia barrial no era nada en un lugar tan áspero y lejano como ese. Pablo se lo tuvo que llevar a las rastras para que no se armara una pelea y Rodrigo seguía haciendo burla de la forma de hablar de los neuquinos pero éstos no se inmutaron. Los Charrúas se habían encontrado con veraderos Mapuches y no habían hecho más que pasar verguenza. Nosotros los Onas nos mantuvimos neutrales y nos fuímos riendo de todo lo absurdo de aquella pelea. Pero entendimos, o entendí, que ese enojo era por volver, muchas veces a hogares de mierda, fracturados, quebrados, deprimentes. Mientras nosotros nos volvíamos a encerrar en la triste suburbia, los pendejos neuquinos podían irse a meter al lago o arrollo más cercano que se les cantara los quinotos. Y así fué, mi último gran campamento con los Scouts y mi primer viaje al Sur. 



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