sábado, 19 de julio de 2025

El único hombre

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce (y sigue)...

Borski prende un cigarrillo, mira por la ventana. Afuera llueve. Es una tarde desoladora, de esas en la que todos se cuestionan el sentido de su vida. Donde todos se sienten solos y desamparados, y darían el universo entero por un rato de afecto. 

Veintiuno, veintidós, veintitres, veinticuatro... treinta y cinco, cuarenta...

Pero Borski está sólo. Él comprende que cometió muchas equivocaciones en su vida. Que no supo ver las pocas oportunidades que se le presentaron, que no supo cuidar a las pocas personas que pasaron por su vida. Y ahora paga cara esa falta de previsión. Lo paga con la soledad más abyecta, en el auge de su caída, la mediana edad. Cuando uno deja de ser joven, cuando las oportunidades merman de una manera estrepitosa. 

Sesenta y cuatro, sesenta y cinco... setenta... ochenta y nueve... noventa y seis... cien...

Borski sigue intentando conseguir un golpe de suerte, con su dedito loco, deslizando sin parar. Dándose cuenta que no es opción para nadie, ni siquiera para aquellas que tampoco son opción. Borski se siente aturdido, contrariado, completamente inconforme con su humanidad. Él siente que no merece esa clase de rechazo, ese desdén frío y desinteresado. El ninguneo le quita toda razón de ser y ganas de vivir. 

Ciento trece... siento veinticuatro... ciento cuarenta y uno...

Y sigue y sigue, su dedito es lo único que ya no se le cansa del cuerpo. Todo lo demás está rendido, atrofiado, desinflado como un muñeco de goma sobre un diván viejo y gastado. Y maldice su suerte, maldice a todas. Maldice a los otros. A aquellos que sí son elegidos. Porque son más jóvenes, porque son más facheros, porque tienen más prestaciones, autos y hasta mera gracia. Él siente que ya no tiene nada de eso, y está bien. Es como debe ser, piensa...

Ciento cincuenta y seis... ciento sesenta y ocho... ciento setenta y cinco...

Pero no va a cejar ni un milímietro y sonrie, Borski sonrie con malicia... porque ellas no saben que él tiene un "as" bajo la manga... Claro, piensa, sigan ignorándolo. Mañana me van a rogar para que les hable, les de un poco de bola, ni soñar con que las roce con mi dedito loco, que no para de moverse. Está dale que dale que dale que dale...

Ciento ochenta y nueve... cienta noventa y tres...

Borski activa la "cajita feliz" de Zoltar. Nunca pensó que funcionara, o tuvo demasiado miedo para probarla. Pero ahora era el momento, era todo o nada. Y ya tenía bien en claro en que consistiría su deseo. Rompió el precinto de seguridad y abrió la tapita. El botón rojo era como en la películas. El fin de sus calamidades a un plush de distancia. La gota gorda caía por la frente del orgulloso Borski. Casi gozaba ese momento previo. Sentía que rozar ese adminículo rojo era algo aún más erótico de lo que podía pensar. Ya está, llegó el momento de la verdad, el día D, la hora clave y la venganza será terrible. 

Doscientos dos... doscientos diecisiete...

Y de pronto clack! Todo se detuvo. Él ya no tenía que hacer nada, no tenía que ponerle onda, no tenía que hacerse el simpático, no tenía que rebajarse ni entregar su autoestima para que otra persona se limpiara los zapatos allí. Ahora era libre, LIBRE! Podía sentarse bajo la ducha, ir a ver televisión, prepararse algo de comer, acostarse temprano, dormir tranquilo... Ahora el reloj se había invertido, la rueda de la fortuna se había detenido y empezado a girar para el otro lado. La espada de Damócles pendía sobre la cabeza de alguien más, porque él, el señor don Borski de América, podía sentarse y esperar la tan prometida lluvia de inversiones...

Trescientos ocho...

Al despertar al día siguiente, Borski se dió el lujo de no mirar nada. Fue directo al baño, se sentó a hacer sus necesidades, se lavó los dientes, y se metió en la ducha. Luego el desayuno fue largo y tendido, le dedicó más tiempo del necesario. Porque Borski sabía que lo esperaban miles de notificaciones, de llamados urgentes, hasta solicitudes de lo más bizarras... Por qué? Porque Borski sabía que ahora era el único. La única opción posible en un mundo desesperado por tener a alguien. Y sin la maldita competencia por delante, Borski se convertía en el Rey Arturo, dueño de Excalibur. El tipo más codiciado del planeta. Porque bien sabía que en país de los ciegos, el tuerto es rey...

Quinientos ochenta... seiscientos noventa y nueve... setescientos setenta y siete...

Había tanto para elegir que no sabía por donde empezar. Estaban todos los estilos y modelos que antes se le hacían inaccesibles. Ahora que había desaparecido la competencia y que era el único hombre, ya estaba hecho. Hasta se podía dar lujos que antes ni siquiera en sus sueños más locos se podía imaginar. Estaban todas las opciones ahí, a pedir de boca, haciendose las simpáticas, entregandose sin fundamento ni rastro de amor propio y Borski lo disfrutaba. Se sentaba y las veía pelearse entre ellas por él. Y Borski lo disfrutaba un montón, porque estaba en la cresta de la ola. Y lo podría disfrutar más aún si todo fuera cierto...

Ochocientas veintidós... novescientas veinticuatro... mil y pico...

Borski sigue dándole al dedito, deslizando, esperando el milagro, y sonríe con malicia. Soñando la venganza. Pensando que él es el mejor, y él único... Afuera, la tormenta continua tonante y sonante.  

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