Un brownie la trajo de vuelta. Todo comenzó con la merienda y aquella torta húmeda.
Ella fue la primera en prepararlo para mí y fué la primera en muchos sentidos.
Pasaron veinte años de aquel romance. Pero aún la recuerdo, siempre.
Hasta que Fortuna nos cruzó una segunda vez, algunos años después.
Duramos más, nos conocimos más. Quizás nos enamoramos más, o al menos, diferente.
Pero también luego todo cambió. El Diablo metió la cola entre nosotros. Nuestras idealizaciones se desmoronaron y llegó el fin final...
Hoy la mencionó mi hermano y yo (casi) pisé el palito.
Me sentí tentado de buscarla, de encontrarla, de abrazarla de nuevo.
Pero los años sirven (si uno aprende algo) para no caer en las mismas trampas del pasado.
Poco serviría un reencuentro, poco añadiría a nuestras vidas de hoy.
Hoy somos, en verdad, dos extraños, tan ajenos como cualquier transeúnte.
Y pienso que es mejor preservarse. Mantener las buenas formas. Ser lo suficiente mente caballero y maduro como para entender que salir a perseguir fantasmas del pasado es una simple ilusión.
Lo pienso, me lo digo y me auto convenzo. Pero sé que una parte de mí todavía puja por buscarla.
Algo que pretende pretender volver a un pasado (un poco) idealizado.
Ya no somos los mismos. Ni ella, ni yo. Y sería un error de cáculo pretender algo más.
Como si fuera una película romántica absurda. La realidad es bien distinta, lo sé.
Prefiero seguir amándola en ese lugar reservado que uno guarda en el corazón para los grandes amores que nos forjaron. Ahí somos y ahí estamos seguros, inexpugnables y eternos...
S.
